miércoles, 15 de mayo de 2013

Su paz



  “Yo estaba desesperada, don Luis -me dijo Emilia en voz baja-, tenía un conflicto familiar sumamente mortificante que me estaba afectando enormemente. Entonces cayó en mis manos un librito, y en su primera página leí:

“Nadie podrá amarte  más que Dios... Él te creó. Tal como eres, tal como Él quería que tú fueras... Él quiere que seas feliz y que disfrutes este mundo y esta vida que Él te dio”.

 “Esto me hizo pensar. Si Dios me hizo tal como Él quería que yo fuera y  me ama tal como soy, sin repudiarme por nada, ni exigirme que cambie para amarme, ¿por qué tengo yo que rechazarme a mí misma constantemente...? ¿Por qué tengo que compararme y lamentar no ser tan exitosa o tan inteligente como otros, o no tener cosas que ellos tienen...?”.

“Y así -concluyó Emilia-, al amparo del amor de Dios por mí, empecé un proceso de auto-aceptación que me ha hecho sentir cada vez mejor. Entonces pude comprender que parte del problema que yo tenía era mi propio autorrechazo... y todo ha comenzado a mejorar... “.

Esta historia de Emilia me hizo recordar el evangelio de este domingo.   El Señor nos dice en él:

“Mi paz les dejo, mi paz les doy. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no se angustie su corazón, ni se acobarde” (Juan 14,27).

Conozco personas que no han podido experimentar esa paz, porque no se aceptan como son, y su constante autorrechazo las bloquea ¡Las bloquea...!  Lo mismo hace el rencor: bloquea la paz del Señor.

“Mi paz les dejo, mi paz les doy”, nos dice el Señor hoy. 

Ansiar esa paz significa sabiduría.

Recibirla produce un inmenso gozo interior.

La pregunta de hoy

¿Tengo yo acceso a recibir esa paz?

¿Y por qué no...? Si Dios quiere que usted sea feliz, ¿Cómo no  va a desear darle su paz?

Fíjese lo que expresa esta frase acerca de esto:

Haga lo que hacía Dag Hammarsjold. Cuando él era director de la ONU, en el enorme edificio principal de la organización situado en Nueva York, creó una sala de meditación en la que los diplomáticos, funcionarios y visitantes podían retirarse para estar un rato en silencio. Y allí escribió un letrero que decía:

“En cada uno de nosotros hay un centro de quietud  rodeado de silencio”.

Si usted verdaderamente desea el regalo de la Paz de Dios, elija su propio lugar para aquietarse, respire profundamente, y luego entre en ese “centro de quietud”. Allí encontrará a Dios, y en Sus manos estará su Paz.

Por Luis García Dubus, Santo Domingo

Fuentes: Listín Diario

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