sábado, 7 de febrero de 2015

El sometimiento a Dios


 Leer | Gálatas 5.16-25 | Pregunte a la mayoría de los creyentes si les gustaría cumplir con la voluntad del Señor, y le dirán que sí. Pero, para ser la persona que Él nos llama a ser, debemos someter nuestra voluntad a la suya. Eso significa decirle a Dios que estamos dispuestos a dejar que nos despoje de nuestra egolatría. Aunque para ello,  envíe dolor y sinsabores, ya que esa es una manera segura de que le prestemos atención.

Someter nuestra voluntad al plan superior de Dios, hace que ella deje de ocupar el trono de nuestra vida, permitiendo que el Espíritu Santo tome ese lugar que es legítimamente suyo. Después, cuando Él elimine todo lo que esté obstruyendo nuestra perspectiva, seremos transformados y comenzaremos a reconocer la obra de Dios en nosotros; experimentaremos libertad de los objetivos egoístas y de las cosas terrenales, como el dinero y las relaciones impropias; y entenderemos y apreciaremos lo que significa conducirnos bajo su poder y su autoridad. Y además, quienes nos rodean verán los efectos de la actividad de Dios en nosotros.




Un creyente lleno del Espíritu sabe cómo amar y ser amado; cómo conservar la paz y el gozo, aun en los tiempos difíciles; y cómo dar a los demás una segunda oportunidad. El creyente sabe, también, cuando someterse. Este no es un paso fácil, se requieren valentía y paciencia, ya que aprender el sometimiento es un proceso que dura toda la vida. Pero la recompensa de Dios —una llena del Espíritu Santo que atraerá a los demás a Jesucristo— bien vale la pena para renunciar a los intereses egoístas.

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