Pareciera el
título de un libro de Nancy Drew, que de niña me hubiera fascinado. Sin
embargo, si la estrella en cuestión es la estrella de Navidad en el Evangelio
de Mateo, el misterio puede no ser del tipo que intrigaría a una detective
adolescente, por más intrépida que fuera. Pero, en la Biblia, los misterios no
son enigmas que necesiten soluciones, o preguntas que necesiten respuestas
definitivas. Más bien, son métodos y momentos en los que Dios nos da una idea
de sus propósitos.
En la Biblia, los misterios no son
enigmas que necesiten soluciones, o preguntas que necesiten respuestas
definitivas.
Hace dos mil años apareció una
estrella en el cielo y, de alguna manera, transmitió un mensaje muy especial y
particular de parte de Dios. Astrónomos de tierras remotas recibieron el
mensaje, hicieron las maletas, e emprendieron un largo viaje.
No soy sabia del
oriente, pero hace tiempo que tengo los ojos puestos en las estrellas.
Recientemente, mi madre sacó un móvil —parecido a los que cuelgan de la cuna de
los bebés— de una caja que había sacado del ático de su casa. Ella había estado
buscando un par de viejas pijamas de Navidad que pensó que podrían servirle a
mi hijita, y cuando levantó una maraña de estrellas pintadas de amarillo, dijo:
“¿Recuerdas esto?”
Recordar fue una palabra
insuficiente para la avalancha de recuerdos que me invadieron. Esta clase de
recordación es física, más como viajar en el tiempo que una reminiscencia. Ya
no era la treintañera madre de cuatro hijos. Era una niña pequeña, acostada en
mi cuna, mirando hacia arriba, y atenta a una lenta pieza con la melodía de
“Estrellita, ¿dónde estás?” ¿Es que había crecido viendo señales de Dios en el
cielo nocturno, cuando me quedaba dormida bajo un móvil colgante de patos
danzantes u ositos de peluche? Probablemente. Pero me gusta pensar que mi
observación de las estrellas comenzó con ojos infantiles. Me recuerda que Dios
nos ve mucho antes de que podamos reaccionar a su mirada con entendimiento.
Dios nos ve mucho antes de que podamos reaccionar a su
mirada con entendimiento.
Nuestros viajes
espirituales comienzan tal como comenzó el viaje de los magos: con el llamado
de Dios, el mensaje de Dios, y la revelación de Dios sobre sí mismo. Estos
observadores de estrellas del Oriente vieron un misterio en el cielo, y
siguieron a ese misterio hasta Belén. Allí fueron testigos de la revelación del
propósito de Dios. Se encontraron cara a cara con el misterio más grande, “el
misterio de Dios”, es decir, Cristo mismo, y le adoraron (Colosenses 2.2).
Si las palabras
del himno “Del oriente somos” (“We Three Kings”) son verdaderas, esta estrella
sigue estando allí, y todavía tiene el poder para guiar. ¿Qué podría parecerse
al caminar en las pisadas de los magos hoy? ¿Podemos seguir todavía todo el
recorrido hasta el Misterio mismo?
Mi pequeña niña,
para quien estaba destinada esa descolorida pijama de Navidad, me dijo hace
poco que las estrellas del cielo no son estrellas reales porque no tienen
“puntas”. Esta niña es una preescolar aplicada, y conoce las formas, desde las
de un corazón y un triángulo, hasta las de un diamante y una estrella. La
conversación que tuvimos me recordó otra que tuvimos el día de San Valentín,
cuando coloqué su mano sobre su corazón palpitante mientras leíamos las notas
en los corazones de papel que había traído de su clase. Las estrellas reales,
como los corazones reales, desafían nuestros intentos de simplificación. No
importa cuánto aprendamos, ya sea en libros de texto o por experiencia propia,
esas lecciones siguen ocultas tras el velo del misterio.
Esto es válido
en cuanto a la estrella de Belén, la estrella que ilumina los orígenes de la fe
cristiana. El comportamiento de la estrella de la Navidad, tal como lo describe
Mateo, es tan extraño, tan difícil de explicar, que mucha gente lo lee y llega
a la conclusión de que la estrella de los magos era una luz milagrosa e
inexplicable por la astronomía. Ninguna estrella puede moverse y luego
detenerse, pero esta estrella “iba delante” de los magos hasta que “se detuvo
sobre donde estaba el niño” (Mateo 2.9).
Para algunos creyentes, la estrella es un milagro, y no vale la pena discutir
los intentos por tener una explicación astronómica. Pero otros piensan en los
movimientos misteriosos de esta estrella, y se preguntan: ¿Pudo
Dios haber enviado un cometa? ¿Pudo Dios haber hablado por medio del planeta Júpiter?
Los cometas eran símbolos
poderosos en el mundo antiguo, y los movimientos de cinco planetas, incluyendo
Júpiter, eran bien conocidos por los astrónomos. Es por eso que la estrella de
Belén comunicó a los magos —aquellos con suficiente sabiduría para buscar a
Dios— que había nacido el gran Rey de los judíos. Herodes y su círculo de
eruditos ni siquiera sabían dónde mirar. Puesto que los cometas eran inusuales,
pudieran haber pasado desapercibidos. Mientras que los planetas, tal vez por
haber sido más conocidos, no hubieran parecido señal del nacimiento del Rey.
El misterio de
la estrella, en todo el sentido de la palabra, continúa.
Cuando tenía dieciséis años, me
senté con un par de amigos de la escuela en la parte trasera de una camioneta
de color verde brillante. Era casi medianoche, y habíamos estacionado el
vehículo en un campo lejos de nuestra pequeña ciudad. Éramos dos chicas y un
chico, todos adolescentes, a la espera de ver una lluvia de meteoritos en el
verano.
Cuando
comenzaron a caer, zip-zip, zip-zip, el chico y yo quedamos asombrados. Nos
sentamos más derechos, con las bocas abiertas, y las cabezas inclinadas hacia
atrás. La otra chica estaba aburrida. Nunca miraba en la dirección correcta.
“¡No veo nada!”,
dijo. Pero el chico y yo vimos cada estrella fugaz.
Ninguna estrella puede moverse y luego detenerse, pero esta
estrella “iba delante” de los magos hasta que “se detuvo sobre donde estaba el
niño”.
Una estrella
fugaz no arroja luz de la misma forma que lo hacen el sol o la luna. Sin
embargo, a la luz de esas estrellas, sentimos que algo había cambiado en
nuestra amistad. Algo oculto fue revelado. El chico y yo no vimos nuestro
futuro, pero en una noche oscura con una luminosidad fugaz, sentimos por
primera vez la posibilidad de verlo.
Si esa noche
alguien nos hubiera dicho que algún día nos casaríamos, o que juntos
decoraríamos el techo de la habitación de nuestro primer bebé con
constelaciones que brillaban en la oscuridad, y que algún día nosotros y
nuestros dos hijos y dos hijas nos acostaríamos en el muelle del lago de una
montaña, mientras las estrellas caían a nuestro alrededor, pienso que le
habríamos creído.
¿Por qué razón?
Porque cada noche estrellada habla de lo imposible hecho posible, tal como
sucedió cuando Dios invitó a Abraham a contar las estrellas. Cada cielo
titilante repite la canción que los ángeles cantaron una vez para los pastores.
Cada eclipse, cada cometa y cada planeta danzante tienen parte en el misterio
que llamó a los magos. Las estrellas cantan maravillas. Job escuchó la música.
David la escuchó. También
nosotros podemos escucharla.
Para el ojo humano, los
planetas parecen estrellas. Sin embargo, no se comportan como ellas. Nuestra
palabra planeta proviene de la palabra griega planétés,
que significa “errante”. Los planetas eran conocidos en la antigüedad como
estrellas errantes. Los planetas no solo se mueven de forma extraña en el cielo
nocturno, sino que también dejan de moverse. El término movimiento
retrógrado aparente se
refiere al fenómeno por el cual un planeta parece moverse en dirección opuesta
a otros cuerpos celestes en el firmamento. A veces, puede también parecer que se detiene.
Cuando se trata
de la estrella de los magos, las teorías con mayor influencia y apoyo hoy son complejas.
Comienzan con una comprensión moderna de los movimientos planetarios y del
movimiento retrógrado aparente, pero incorporan lo que sabemos de la ciencia
antigua y del simbolismo cultural.
Parece que los
magos estaban leyendo cuidadosamente los cielos. Puede ser que se sintieron
motivados a iniciar un viaje a Jerusalén cuando Júpiter, conocido entonces como
el planeta “rey”, comenzó a moverse de manera inusitada a través de
constelaciones que hablaban de Judá, de un nacimiento, y de un Rey de reyes.
Cuando Herodes les indicó dónde quedaba Belén, un movimiento retrógrado de
Júpiter en el cielo nocturno pudo haberlos conducido. El movimiento retrógrado
aparente podría explicar por qué Júpiter se detuvo como un reflector o una x en
el mapa, diciendo: “Es aquí, aquí mismo, ¡Él está aquí!”
Incluso si llegáramos algún día a
tener una explicación perfecta, aún nos quedaría la esencia de un milagro y un
misterio.
Sin embargo,
incluso si llegáramos algún día a tener una explicación perfecta, aún nos
quedaría la esencia de un milagro y un misterio. Quizás la estrella de Belén
fue una luz que desafió de forma sobrenatural todo lo que entendemos del
cosmos. Tal vez la estrella de Belén fue una danza simbólica, complicada, en el
cielo puesta en movimiento cuando Dios creó el universo con su palabra. En todo
caso, el verdadero misterio de la estrella no se encuentra en su sustancia sino
en su mensaje.
Primero, la
estrella dice: Pon atención.
Luego, la
estrella dice: Reacciona.
Por último, la
estrella dice: Ya llegaste. En este lugar y en este momento, el
misterio es revelado.
Y lo es. Por la
luz de una estrella milagrosa, el niño Cristo en Belén es visto, conocido y
revelado al mundo por el Dios que no solo ha contado las estrellas, sino que
también ha dado un nombre a cada una de ellas. Y, por el testimonio de la vida,
la muerte y la resurrección de ese niño, comprendemos que también somos
conocidos y nombrados, aunque seamos tan pequeños como un bebé inocente
acostado debajo de un móvil de estrellas de madera danzando.
¿Quién puede
entender lo maravilloso de Dios al hablarnos en estrellas y susurros?
¿Quién puede
comprender el profundo amor de Dios, tan grandioso que sostiene el universo en
sus manos?
No podemos. Sin
embargo, en nuestros intentos por resolver el misterio, nos acercamos cada vez
más a Aquel que llama a las estrellas por nombre, a Aquel que llamó a los
magos; y a Aquel que hoy nos llama.
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