jueves, 16 de febrero de 2012

No vino a condenar



Conocer que Jesús vino a salvar al mundo, no a condenarlo, debería ser motivo para correr a él. Pero ni aun conociendo de memoria el mundo lo que dice Juan 3:16, les ha llevado a creer esa palabra.



Hace poco estuve realizando una tesis como parte de mis estudios, y el tema seleccionado fue el abuso espiritual. Es lo que ocurre cuando líderes religiosos incurren en abuso de poder utilizando como base las escrituras para sacar algún provecho. Descubrí en el proceso de investigación, que las mismas características que se dan dentro de lo que los estudiosos han llamado abuso espiritual, son las mismas que se manifiestan, por ejemplo, en el campo laboral cuando ocurre el acoso moral.


Dirán algunos, que irónico es que este cristiano esté hablando de tal tema. Pero es que no todo lo que brilla es oro como dice el refrán. Yo no tengo por qué tener miedo de denunciar lo que está mal en la iglesia, porque el mismo Jesús acusó y señaló lo que estaba mal.


Él mismo sacó a los mercaderes del templo porque el hecho de que estuvieran todo el día en el templo no los hacía santos ni cristianos. Eran farsantes y como tal Jesús los sacó.


Algunos fanáticos religiosos me podrán acusar de que al exponer las fallas que se dan en la iglesia, le estoy dando alas a los ateos para criticar la iglesia. Lo cierto es que independientemente de lo que yo diga, no tienen excusa delante de Dios. A cada cual Dios le dio entendimiento como para saber hacer un análisis y separar el grano de la paja. Con esto me refiero a que hay gente no creyente que basa su aversión por la iglesia, en lo que tal o cual cristiano le haya hecho en el pasado.


Si por eso fuera, tendríamos que vivir enemistados con casi todo ámbito en el que nos desenvolvemos; en la familia, en el trabajo, la escuela, las organizaciones, el vecindario. En casi cada área de nuestra vida alguien nos ha lastimado, y no por eso vamos a dejar de vivir ni de confiar en otras personas. Tendríamos que encerrarnos en una burbuja y eso es imposible.


Simplemente seguimos caminando y nos relacionamos con aquellos que nos amen, nos aprecien y nos edifiquen.


La experiencia que pueda haber vivido cada cual no es excusa para darle la espalda a Dios, porque lo primero que debe distinguir una persona cuando es herida o lastimada, incluso dentro de la iglesia, es que lo que me hizo fulano no es culpa ni responsabilidad de Dios. Además, debe comprender que lo que me hizo este hermano, no es culpa del resto de la iglesia.
Debo entender que del mismo modo que yo he ofendido, otros pueden ofenderme. Y no por eso nos debemos alejar de Dios. Al contrario, deberíamos afirmarnos en él, reconociendo que es el único que nunca falla.
Los que acostumbran a echarle la culpa a Dios o a la iglesia de todos sus infortunios, aun después de 10 y 20 años en ella, me demuestran su inmadurez.


Como niños pequeños se enchisman y dicen, me voy, jamás volveré a la iglesia. Hace un par de años sufrí una experiencia de dolor en una congregación que recién se levantaba. Es la primera vez que hablo esto públicamente. No entraré en detalles porque no viene al caso.


Lo único que mencionaré es que fue una experiencia de dolor porque los que se hacían llamar hermanos en la fe y amigos, dejaron de hablarme, de llamarme y buscarme, aun cuando fueron personas que tuvieron las puertas de mi casa siempre abiertas y los recibía regularmente.


Pero el desprecio de ellos, por hablar unas verdades, nunca me hizo dudar de Dios. Él no es así. Cómo podía yo caer en semejante error de condenar a la iglesia por lo que hicieron unos pocos. Si lo que yo aprendí en la Biblia dice todo lo contrario a como ellos actuaron, entonces por qué voy a echarle la culpa a la iglesia, en lugar de discernir que son ellos los que estaban errados.


Al contrario, lo que hice fue convencerme de que en esas personas todavía Cristo no había nacido, porque indistintamente de la razones y los problemas, el verdadero cristiano ama en toda situación, y no da la espalda. La Palabra enseña que si te crees más espiritual que tu hermano, entonces lo corriges en amor. No que le das la espalda.


Pero más que contarles esa experiencia, lo que quiero es hacerles ver que siempre estuve claro que lo que me hicieron, jamás me hizo dudar del amor de Dios hacia mí y mi familia. Desde la primera semana de abandonar aquel lugar, nunca dejé de congregarme y el Señor mostró su amor llevándome a lugares donde se predica sana doctrina, con líderes sanos y preparados para amar, ayudar a sanar y restaurar. No que condenen ni que hagan acepción de personas.


En todo el proceso aprendí que la Iglesia, como institución, es igual a cualquier otra en la sociedad. Está compuesta por seres humanos y por lo tanto también hay imperfección. ¿Que usualmente esperamos otra cosa por tratarse de la Iglesia? Pues sí. Pero sigue estando compuesta por seres humanos que fallan igual que yo. Como humanos siempre queremos pedir cuentas cuando alguien nos falla y pretendemos que sean perfectos. Pero no estamos dispuestos a hacer lo mismo cuando somos los que fallamos. Hay quien critica a la iglesia por lo que le hicieron en el pasado, pero no evalúa su propia vida.


Yo opté por perdonar y seguir adelante. Costó lágrimas. Costó la soledad que sentí muchas veces. Pero en el proceso la experiencia sirvió para aprender a separar lo falso y descubrir lo verdadero. Sirvió para aprender que primero seguimos a Jesús, no a los hombres y mujeres.


Ciertamente Dios siempre usará a hombres y mujeres para presentarles a sus semejantes el amor y el perdón del Padre. Para mostrarles la obra de Jesús. Y aprendí que, obviamente hay líderes genuinos guiados por Dios, que dan buen testimonio de lo que es ser cristiano. A esos podemos imitar como dice la Palabra, y podemos conocer si son genuinos cuando no tuercen la Palabra y además, no se hacen ver como perfectos, sino como seres humanos.


Por Antolín Maldonado
Fuentes: El Nuevo Dia

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