Leer: Juan 11:32-44
| Cuando su madre
murió, llamé a una amiga mía de años. Nuestras madres habían sido íntimas
amigas, y ahora, las dos habían fallecido. Nuestra conversación se convirtió en
una sucesión de emociones: lágrimas de tristeza por la muerte de su madre, y de
risa, al recordar lo divertida que había sido.
Muchos hemos
experimentado ese extraño paso de llorar en un momento y reírnos después. Los
sentimientos de tristeza y gozo son un don asombroso que libera las tensiones
de nuestro físico.
Como somos hechos a
imagen de Dios (Génesis 1:26), y el humor es una parte integral de casi todas
las culturas, me imagino que Jesús debe de haber tenido un maravilloso sentido
del humor. Pero sabemos que también conoció la tristeza. Cuando su amigo Lázaro
murió, vio que María lloraba y «se estremeció en espíritu y se conmovió». Poco
después, Él también empezó a llorar (Juan 11:33-35).
Nuestra capacidad
para expresar con lágrimas las emociones es un don, y Dios guarda un registro
de todas ellas. El Salmo 56:8 afirma: «Mis huidas tú has contado; pon mis
lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?». Pero, un día, se nos
promete que el Señor «enjugará toda lágrima» (Apocalipsis 7:17).
Señor, he reído,
llorado… extrañado a los que ya se han ido. Que tu promesa de la resurrección
me sostenga.
Nuestro amoroso Padre
celestial, quien lavó nuestros pecados, también secará nuestras lágrimas.
NUESTRO PAN DIARIO
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