Leer: Lucas
18:9-14 | Una noche, un misionero joven habló en nuestra pequeña iglesia. El
país donde él y su esposa servían atravesaba una gran agitación religiosa, y se
lo consideraba demasiado peligroso para los niños. En uno de sus relatos, contó
sobre un episodio desgarrador cuando su hija le pidió que no la dejara en un
internado.
En ese
entonces, yo acababa de recibir la bendición de ser padre de una niña, y la
historia me turbó. ¿Cómo pueden padres amorosos dejar así sola a su hija?, me
pregunté. Cuando la charla terminó, estaba tan nervioso que pasé por alto la
invitación a ir a ver al misionero. Salí apurado de la iglesia, exclamando
mientras me iba: «Cuánto me alegro de no ser como…».
En ese
instante, el Espíritu Santo hizo que me detuviera. Ni siquiera pude terminar la
frase. Allí estaba yo, repitiendo casi literalmente lo que el fariseo le dijo a
Dios: «Gracias porque no soy como los otros hombres» (Lucas 18:11).
¡Qué
disgustado estaba conmigo mismo! ¡Cuán decepcionado habrá estado el Señor!
Desde aquella noche, le he pedido a Dios que me ayude a escuchar a los demás
con humildad y control, mientras ellos derraman su corazón mediante una
confesión, un sentimiento o un dolor.
Juzgar a los demás no nos acerca más a Dios.
(NUESTRO
PAN DIARIO)
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