martes, 18 de agosto de 2015

SOBERANO SOBRE EL PECADO



Leer | Isaías 14.24-27 | Dios es soberano. Esto significa que Él es la autoridad suprema sobre todas las cosas, incluyendo el pecado y sus consecuencias. Sin embargo, Él no hace que alguien peque —hacerlo violaría su naturaleza justa y santa. Sin embargo, el Señor sí permite que la tentación toque nuestra vida.


Y puesto que tenemos libre albedrío y el Espíritu Santo, podemos decidir cómo responder, y estamos totalmente equipados para resistir. Afortunadamente, Él mantiene el control final y entreteje las consecuencias de nuestras acciones de acuerdo con sus propósitos.

A veces, Dios permite que nuestro pecado siga su curso. Por ejemplo, cuando los israelitas se negaron a apartarse de su desobediencia, Él “los [abandonó] a su obstinada voluntad, para que actuaran como mejor les pareciera” (Sal 81.12 NVI). Sin la protección divina, la nación sucumbió a las influencias de la corrupción, y al final fue tomada. El Señor pudo haberlos protegido de ese resultado, pero esas mismas consecuencias llevaron a los israelitas al arrepentimiento, lo cual era su plan original.


Y a la inversa, Dios a veces obstaculizará el pecado. Tal fue el caso cuando el rey Abimelec tomó para sí a la esposa de Abraham. El rey había sido engañado, y no sabía que estaba a punto de cometer un pecado. Pero el Señor conocía el engaño, e intervino (Gn 20.1-6).

El plan más sabio, por supuesto, es obedecer a Dios. La tentación es inevitable, pero el pecado no. La soberanía del Señor sobre nuestra vida significa que cualquier tentación debe pasar primero por su voluntad. De esta manera, se asegura de que sus hijos no se sientan tentados más allá de lo que puedan resistir (1 Co 10.13).


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