Leer: Jeremías 31:1-6 | Una mañana, mi hija exclamó al levantarse: « ¡Imposible no quererte!». Entonces, me mostró su camiseta. En el frente, estaba esta frase: «Imposible no quererte». La abracé con fuerza y ella sonrió, llena de alegría. «¡A ti es imposible no quererte!», le dije. Se alejó dando saltitos, repitiendo esa frase una y otra vez.
Estoy lejos de ser un padre perfecto, pero ese momento sí fue perfecto. Pude vislumbrar en el rostro radiante de mi niña lo que es recibir amor incondicional: fue un retrato del deleite.
¿Cuántos de nosotros sabemos en nuestro corazón que hay un Padre que nos ama de manera ilimitada? A veces, nos cuesta entender esta verdad. A los israelitas también les resultaba difícil. Se preguntaban si sus pruebas significaban que Dios ya no los amaba. Pero, en Jeremías 31:3, el profeta les recuerda lo que Dios había dicho en el pasado: «Con amor eterno te he amado». Nosotros también anhelamos un amor así de incondicional. Sin embargo, las heridas, las desilusiones y los errores que experimentamos pueden hacernos sentir que es imposible que nos quieran. No obstante, Dios abre sus brazos, los brazos de un Padre perfecto, y nos invita a experimentar su amor y descansar en él.
Señor, ayúdanos a recibir el regalo transformador de tu amor eterno.
Señor, ayúdanos a recibir el regalo transformador de tu amor eterno.
Nadie nos ama como nuestro Padre.
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