Bienaventurado
el varón… que en la ley del Señor está su delicia… Será como árbol plantado
junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y
todo lo que hace, prosperará. – Salmo 1:1-3.
Todos
sabemos que las raíces desempeñan un papel fundamental en el crecimiento de un
árbol. Son las que sacan de la tierra los elementos indispensables para la vida
vegetal: agua y sales minerales. Estos elementos sacados del suelo circundante
y transmitido por la savia a las hojas, serán transformados por la acción del
sol en sustancias nutritivas para constituir las fibras y los frutos del árbol.
El que observa sólo constata el resultado de este trabajo invisible. El vigor
del árbol, sus flores y sus frutos revelarán la riqueza de la tierra y el buen
funcionamiento de la red de raíces (Jeremías 17:7-8).
Ocurre lo
mismo con todo ser humano: lecturas, distracciones, lugares y personas con las
que trata, pasatiempos, si los comparamos con ese alimento absorbido por el
árbol, tienen una gran influencia sobre su comportamiento y su manera de
pensar. A cada uno de nosotros nos corresponde escoger en qué suelo vamos a
introducir nuestras raíces, qué es lo que va a alimentar nuestra mente y
nuestros sentimientos.
El
cristiano no puede crecer espiritualmente si no saca su alimento del rico
alimento que es la Palabra de Dios. En ella hallará las verdades y las promesas
para enfrentar con confianza las intemperies de la vida. Si lee la Biblia con
regularidad y perseverancia, será ese árbol verde y lleno de savia, que lleva
fruto hasta la vejez. “Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y
verdes” (Salmo 92:14).
Fuentes:
Amén, Amén
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