LA HISTORIA
DE GARY
Recorrer el
pasillo de la casa aquella noche fue una de las cosas más difíciles que he
hecho en toda mi vida. Yo sabía que esto podía ser el final de todo lo que me
importaba: familia, amigos, trabajo, iglesia. Me senté en la cama al lado de mi
esposa. Levantó la vista, y me dijo: “¿Cómo estuvo tu reunión?” No pude
evitarlo —me puse a llorar— otra vez. Acababa de pasar las dos últimas horas en
la oficina de nuestro pastor, confesando un secreto que había ocultado durante
los últimos años.
“Me estás
asustando”, dijo Mona.
Me cubrió
con sus brazos tratando de consolarme, pero finalmente susurré mi terrible
confesión: “Te he traicionado; te he sido infiel”.
Sabía que
nuestras vidas acababan de cambiar, pero no tenía idea de lo que sucedería
después. Sentí cómo mi esposa se ponía rígida y se alejaba de mí. Se encogió
ante mis ojos, y pensé que se desmayaría. ¿Por qué nos pasó esto? Teníamos un
buen matrimonio y tres hijos que amábamos profundamente. Pero el ajetreo de la
vida nos alejó poco a poco. Fue así como la amistad con una compañera de
trabajo se salió de control. Un toque inocente llevó tramposamente a otros más.
Comenzó un romance extramarital, y un día se convirtió en una semana, después
en un mes y posteriormente en tres años.
Lo único
que yo sabía era que no podía seguir así. Tenía que arreglar mi situación con
Dios y, de ser posible, con mi esposa. Por dentro me estaba muriendo. Dios mío,
¿qué he hecho? Sabía que había desgarrado el corazón de la mujer que amaba, que
había estado conmigo durante 20 años.
LA HISTORIA
DE MONA
Miré el
rostro de Gary, y vi que algo trágico había sucedido. Mientras me confesaba su
traición, sentí como si estuviera viendo desde lejos a unos desconocidos
sentados en nuestra cama.
Lo que sí
sabía yo era que la vida nunca sería igual. Yo jamás volvería a ser la misma.
El miedo y el dolor me envolvieron. Me costaba respirar. Una tragedia había
ocurrido —y me había sucedido a mí.
Le pregunté
a Gary si él quería el divorcio. El quería ver si podíamos sanarnos, si yo
estaba dispuesta a intentarlo. ¿Sanar? Ni siquiera estaba segura de si podría
sobrevivir.
Había
vivido completamente engañada. Gary había estado teniendo durante los últimos
años un romance con mi mejor amiga, y yo nunca lo había sospechado. No tenía
idea de que nuestro matrimonio fuera vulnerable. Gary no era bueno para mentir;
siempre pensé que lo sabría si lo hacía. Mis amigos pensaban que él era
maravilloso: lavaba los platos y la ropa; cambiaba los pañales. Éramos amigos;
podíamos hablar de cualquier cosa. Por supuesto, habíamos tenido nuestros malos
momentos en dos décadas de matrimonio, pero nada que no pudiéramos superar.
¿Acaso había sido tan mala esposa?
Sentí
indicios de cólera. Tuve náuseas. Pasé el resto de esa noche llorando, sintiendo
que el dolor penetraba cada centímetro de mi ser. Me sentí más sola que nunca.
A partir de
esa noche, hubo un nuevo calendario en mi vida: antes, durante y después de su
infidelidad. Mientras que la carga de Gary empezaba a aliviarse, la mía estaba
comenzando a derrotarme bajo su peso aplastante.
UNA
HISTORIA DE RESTAURACIÓN
GARY
Cuando nos
casamos, sabíamos que nuestro matrimonio funcionaría. Éramos unos buenos amigos
que se amaban y respetaban mutuamente.
Cinco años
después, Mona se graduó de enfermera, yo inicié mi propia empresa, y tuvimos
nuestro primer hijo. Unos años más tarde ambos nos hicimos cristianos Ahora
teníamos un vínculo más que nos mantendría firmemente unidos.
Al cumplir
20 años de casados, ambos estábamos muy activos en el trabajo de la iglesia.
Pero, aparte de nuestras apretadas agendas, teníamos que criar a tres varones,
lo cual estaba resultando mucho más difícil de lo que habíamos imaginado, y
rara vez teníamos tiempo o energías para nosotros. Nos repetíamos una y otra
vez que “nuestro tiempo” vendría después, cuando en verdad tuviéramos tiempo.
Pero lo cierto es que estábamos atrapados en una vida que nos estaba llevando
por caminos separados.
Esas
primeras semanas después de mi confesión fueron un tiempo borroso. Más tarde
supimos que era normal, ya que la revelación de infidelidad es como una muerte
repentina. Mona, que antes había sido un modelo de fortaleza, a duras penas
podía salir a rastras de la cama. Apenas tenía la energía suficiente para
cumplir con su turno en el hospital.
Pero, con
excepción de mi sentimiento de culpa y del dolor de ver sufrir a mi esposa, yo
estaba experimentando libertad por primera vez en mucho tiempo. De inmediato
dejé de trabajar con aquella otra mujer, y corté todo contacto. Al no seguir
viviendo una mentira, podía de nuevo pasar tiempo con Dios y disfrutar de su
presencia. Hacía todo lo que podía para dejar que Mona pasara tiempo a solas
para pensar y llorar. Pero mi mayor desafío era agotador: sabía que tenía que
responder sus continuas preguntas lo más honestamente posible. A diferencia de
mí, Mona no sabía nada de lo que había sucedido durante los últimos años.
Necesitaba poder llenar los espacios en vacíos como un rompecabezas, y yo
necesitaba unir pacientemente las piezas —una y otra vez, cada vez que hiciera
falta, hasta que ella pudiera entender mejor su vida. Las palabras de cólera no
eran raras, ya que la verdad no era agradable.
MONA
Pocos en la
iglesia me habrían criticado si hubiera dejado a Gary (Mt 19.9), pero yo sabía
que divorciarme no haría desaparecer el dolor; yo tendría que pasar por el
proceso de llanto y sanidad, con o sin él.
Esa noche
de la revelación hace 17 años fue terriblemente dolorosa, pero también marcó el
comienzo de nuestra recuperación. No porque alguno de nosotros creyera que
podíamos sanarnos, sino porque sentíamos que no teníamos nada más que perder.
Lo único que sabíamos era que queríamos obedecer a Dios, no importa adonde nos
llevara eso.
Así que
empezamos a ver a un consejero cristiano que confiaba en que nuestro matrimonio
podía sanarse. Aunque nos aterrorizaba pensar que tal vez no pudiera. Lo que
realmente necesitábamos era hablar con otra pareja que hubiera sido devastada
por el adulterio y logrado la restauración. Queríamos ver a personas reales que
pudieran decirnos honestamente que el dolor de luchar con este profundo trauma
emocional valía la pena. Pero nuestro consejero no podía encontrar a nadie que
tuviera la experiencia o las cualidades que se necesitaban en estos casos. Por
tanto, dábamos un paso a la vez en un camino cuesta arriba que ni siquiera
sabíamos que existía.
Hablamos
mucho sobre la infidelidad de mi esposo y sobre nuestro matrimonio, y pronto
nos dimos cuenta de que, si bien estaban relacionados, se trataba de dos
asuntos distintos. La infidelidad había sido una decisión unilateral de Gary,
pero los dos éramos responsables de nuestro matrimonio, y necesitábamos
comprender por qué había fallado. También teníamos que volver a aprender a ser
sinceros y a escucharnos —caímos en cuenta de que nunca habíamos sido
verdaderamente honestos el uno con el otro, y que teníamos cosas que no eran
compatibles con un matrimonio saludable. Por supuesto, estas no eran excusas
para el adulterio; Gary podía haber decidido hablar de estos problemas con
honestidad en vez de buscar consuelo en otra parte. Pero ahora era nuestra
oportunidad de abordar cosas de las que no nos habíamos ocupado por mucho
tiempo.
Pero
después de diez meses de haber comenzado nuestra restauración yo sentía que el
proceso de “recuperación” me estaba matando poco a poco. En una sesión de
emergencia, nuestro consejero nos ayudó a aclarar un problema ocasionado por
una respuesta de Gary. Por alguna razón, escuchar esta voz imparcial más allá
del caos emocional nos permitió ver el verdadero problema de manera clara y
ocuparnos de él. Salimos de su consultorio con esperanzas renovadas; aunque la
lucha no había terminado, yo sabía que podía seguir adelante con el poder de
Dios.
GARY
Con el
tiempo, y perseverando día tras día, comenzamos a ver los progresos que
habíamos hecho. Sentimos por fin que la restauración era posible.
Nuestro
consejero nos llamó dos años más tarde, y nos dijo: “¿Recuerdan que una vez me
preguntaron si sabía de alguna pareja con la cual pudieran reunirse?” Siguió
diciendo: “¿Están ustedes listos para ser esa pareja para otras personas?”
Eso nunca
nos había pasado por la cabeza. Hacer esto significaría reconocer ante otros el
dolor de nuestro pasado sufrimiento. ¿Se repetirían nuestros peores recuerdos y
emociones? Al hablar y orar por la idea, recordamos lo necesitados que habíamos
estado nosotros. Por tanto dijimos que sí.
Nuestro
primer encuentro con una pareja determinó el rumbo de un ministerio con el que
nunca habíamos soñado cuando iniciamos este camino. Después de que todos vimos
el enorme impacto de este apoyo en la recuperación de ese matrimonio, fundamos
Hope & Healing Ministries (Ministerio de Esperanza y Restauración) junto
con ellos. Doce años después, seguimos viendo a Dios actuando de manera
poderosa al aconsejar a parejas que enfrentan la misma situación que vivimos
nosotros, que se preguntan si habrá esperanza para ellos.
La noche en
que Gary hizo su confesión, ninguno de nosotros esperaba que hubiera una
restauración. Dudábamos de que el dolor se marcharía. Pero ahora sabemos que el
adulterio, por más destructivo que sea, no significa automáticamente una
sentencia de muerte para un matrimonio. Encontrar el camino fue lo más difícil
que hemos hecho, pero hoy tenemos un matrimonio fuerte y feliz basado en amor,
respeto, intimidad y confianza. Y hemos visto una y otra vez que la
restauración se ha vuelto una realidad en otras parejas antes desdichadas. La
recuperación es un trabajo difícil que requiere de dos corazones dispuestos. El
mismo Salvador que permite a los pecadores estar puros delante de un Dios
santo, puede restaurar lo que está en ruinas, convirtiéndolo en algo hermoso y
deleitable.
Por Gary y
Mona Shriver
Fuentes:
Con Poder
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