viernes, 10 de julio de 2015

La fiesta que llevamos dentro



Muchas veces nos sentimos tristes, agobiados, deprimidos, angustiados. Experimentamos sentimientos que se contradicen totalmente con lo que en realidad deberíamos estar sintiendo como hijos de Dios, habitados por la Santísima Trinidad.


¿Por qué sucede esto? En primer lugar debemos situarnos en la gran y privilegiada verdad que es la Inhabitación Trinitaria en el corazón del ser humano. Nadie más que el ser humano tiene este privilegio y solo el ser humano es quien puede disfrutarlo. Sin embargo es una verdad dejada de lado o, incluso, y más grave, desconocida.

Esta verdad es tan grande como Dios mismo. Y mucho más, Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo visitando el corazón, el interior del ser humano. La presencia de Dios en nosotros, la Gracia Santificante, Dios en su infinita bondad y con toda su divinidad habitando en sus hijos.

El cielo es el estado del alma en la presencia de Dios, eso lo sabemos. Donde está Dios hay cielo. Entonces si Dios está en nosotros ¡Estamos llenos de la vida de cielo!

Y ¿Desde cuándo sucede esto? Desde hace mucho tiempo, no es novedoso en cuanto al tiempo, de repente es novedoso ponernos a reflexionar sobre esto. Desde el día de nuestro Bautismo Dios nos regala su presencia en nuestra vida, una presencia real que no es un invento, una fiesta de cielo en nuestro interior.

Es claro que esta fiesta puede perderse por el pecado, esencialmente por el pecado mortal que corta la comunión con Dios, que rompe la vida de Gracia en nosotros, pero podemos recuperarla a través del Sacramento de la reconciliación. Es decir, esa vida puede estar en nosotros toda la vida, es el gran tesoro que llevamos en vasijas de barro, por eso Dios nos dice "Te basta mi Gracia".
¿A quién no le bastará tener a Dios en su interior? Tan cerca, tan íntimo, tanto amor.

Entonces esa es la fiesta que llevamos dentro, una fiesta que no es simplemente un placer momentáneo, sino la felicidad completa. Cargamos en nuestro interior con la fuente de la felicidad y ¿Estamos tristes? ¡No!

Nos pueden quitar muchas cosas, nos pueden agraviar, nos pueden maltratar, la vida puede ser difícil, lo que sea que estemos pasando, pero nadie puede quitarnos la fiesta que llevamos dentro. Nadie, excepto nosotros mismos ¿Cómo? Cediendo al pecado, dándole lugar en nuestra vida.


Por eso, reflexionemos y vivamos esa felicidad de comunión con Dios, no nos permitamos perder su vida en nosotros, y disfrutemos de este hermoso regalo de Nuestro Padre Celestial.


Fuente: Una Voz en el Desierto

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