En la
tierra de Génesis cap. 2 no había llovido aún. No obstante, el exceso de lluvia
de los días de Noé (Gén. cap. 6) sirvió para destruir hombres, bestias y aves
de los cielos sobre la faz de la tierra. Cuando hubo terminado el diluvio (Gén.
9:13-15) el Señor puso en los cielos su señal para Noé y las generaciones
venideras, el arco iris.
Una gran
parte de mi vida he vivido en la ciudad o cerca de ella, de tal manera que ver
un arco iris se hace más difícil que en el campo. Sin embargo, puedo recordar
con gran alegría y entusiasmo esos célebres momentos de mi niñez en los que en
plena ciudad se podía divisar un gigantesco y nítido arco iris en el cielo.
“Todos
quieren felicidad sin dolor pero no se puede tener un arco iris sin un poco de
lluvia.” (Mario Benedetti)
Pero
invariablemente el bello espectáculo del arco iris pintado en el cielo por el
Gran Maestro, es precedido de un tiempo de lluvia. ¡Cómo odiaba la lluvia!
Había que permanecer en casa “guardadito” hasta que pasara para poder salir a
jugar.
Cuando
crecí, aprendí que esos tiempos de lluvia eran tan necesarios para la salud, la
tierra, plantas y animales, como lo es un día soleado.
“La lluvia
es también dádiva de Dios; no llovió sino hasta que Dios hizo llover. Aunque
Dios obra usando medios, cuando le agrada puede, no obstante, hacer su obra sin
medios; y aunque nosotros no hemos de tentar a Dios descuidando los medios,
debemos confiar en Él tanto en el uso como en la falta de medios. De una u otra
manera Dios regará las plantas de su plantío.” (Matthew Henry)
Cuando
crecí, también aprendí que esos tiempos de dificultades en los que todo parece
estancado, esos tiempos en los que hay que permanecer “guardadito” sin poder
hacer nada, hasta que pase la lluvia, también son necesarios. Es entonces
cuando, aunque triste y doloroso, la lluvia también resulta ser dádiva de Dios.
Aunque a veces parece que nuestros castillos de sueños e ilusiones se derrumban
delante nuestro como las olas del mar se llevan el bello castillito de arena
que hicimos en la playa, esos tiempos de lluvia que Dios envía a nuestras
vidas, son necesarios. En los días de Noe la lluvia sirvió para “lavar” de la
tierra lo que estaba corrupto (Gén. 6). En nuestras vidas, esos tiempos en los
que las dificultades llueven, son purificadores.
Alguien
dijo: “siempre que llovió, paró”. Y tal como en los días de Noe, cuando para de
llover y las nubes se despejan, el Gran Artista pinta con las primeras luces
del sol el bello espectáculo del arco iris en el cielo como señal de la
promesa. Definitivamente, no se puede tener un arco iris sin un poco de lluvia.
En los días
de Noé no fue el Arca lo que le mantuvo a salvo a él y a los suyos mientras los
torrentes de los cielos se desplomaban sobre la tierra. Fue su paciente espera
confiada en Dios; fue su fe seguida de obediencia, lo que lo mantuvo a salvo
(Hebreos 11:7).
¿Por qué te abates, oh
alma mía,
Y te turbas dentro de
mí?
Espera en Dios; porque
aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios
mío.
(Salmos 42:5 RV60)
Por: Luis
Caccia Guerra
Escrito para devocional diario
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