LEA: 2
Timoteo 2:10-18 | Durante años, enseñé en un grupo de estudio
bíblico para adultos en una iglesia local, y analizaba detenidamente las
Escrituras antes de responder preguntas en las clases. Más tarde, con 40 años y
durante una disertación en mi primer semestre en el seminario, descubrí que
había respondido terriblemente mal la pregunta apesadumbrada de una mujer que
había asistido a mis clases. Estaba seguro de que mi respuesta la había
angustiado desde aquel momento, hacía dos años, y estaba ansioso por
retractarme.
Corrí a
casa, la llamé y, al instante, estallé en disculpas. Después de una larga
pausa, me dijo con tono perplejo: «Lo siento, pero no logro darme cuenta de
quién es usted». ¡Yo no había sido ni tan memorable ni tan perjudicial como
pensaba! Entonces, comprendí que Dios sigue protegiendo la verdad de su Palabra
a medida que vamos creciendo en el conocimiento de ella. Estoy agradecido de
que Él haya protegido el corazón de aquella mujer.
Somos
humanos y, a veces, cometeremos errores al compartir la Palabra de Dios con los
demás. Pero tenemos la obligación de buscar diligentemente su verdad y tener
cuidado al hablar de ella (2 Timoteo 2:15). Entonces, podremos proclamar con
denuedo su nombre y orar para que su Espíritu no solo proteja nuestro corazón,
sino también el de aquellos a quienes procuramos servir. Dios y su Palabra
merecen el mayor cuidado.
Que la
Palabra de Dios sature tu memoria, gobierne tu corazón y dirija tus palabras.
(Nuestro
Pan Diario)
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