Filipenses 1.1-11 | Puesto que todas las
cartas de Pablo comienzan con una expresión de la gracia de Dios para con
nosotros, podemos llegar a pensar que es simplemente una palabra de saludo
habitual. Pero, en realidad, la gracia de Dios es nuestro fundamento, nuestra
cobertura y la esfera en la que vivimos como creyentes en Cristo.
La gracia es definida comúnmente como el
favor inmerecido de Dios. Según Efesios 2.8, es el medio por el cual somos
salvos por fe. Romanos 5.2 dice que, por nuestra fe, “tenemos entrada … a esta
gracia en la que estamos firmes”. En otras palabras, somos receptores continuos
de una gracia abundante a lo largo de la vida y de la eternidad.
Así como nuestra salvación nunca termina,
tampoco la gracia de Dios cesa de hacer su trabajo en nuestra vida. Por eso
Pablo pudo decir con confianza: “El que comenzó en vosotros una buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1.6). Nunca debemos temer a
perder la salvación, porque Dios es el que nos guarda y promete perfeccionarnos
cuando Cristo regrese. Además, Pablo dice que hemos sido “llenos del fruto de
justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Fil
1.11).
A veces, es difícil ver justicia en
nosotros mismos, porque sabemos cuán débiles e imperfectos somos. Pero si hemos
sido salvos, entonces Cristo vive en nosotros y nosotros en Él (Jn 15.4). Él es
nuestra justicia, y Él está produciendo activamente su fruto en nuestra vida
mientras permanecemos en Él. Este proceso, conocido como santificación, es la
gracia de Dios trabajando para alinear nuestra conducta con la justicia de
Cristo. Por tanto, permanezcamos firmes en su gracia y confiemos en que Él nos
perfeccionará.
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