Leer: Salmo 104:1-12, 24-30 | Hace unos
años, durante el invierno, la ciudad donde vivo atravesó una larga temporada de
bajas temperaturas que calaban los huesos. Durante dos semanas seguidas, el
termómetro al aire libre se hundió bien por debajo de la marca de cero grados
(-20 °C; -5 °F).
Una mañana particularmente helada, el
sonido de pájaros que gorjeaban rompió el silencio de la noche. Docenas, si no
cientos, cantaban con todo el corazón. Si no fuera porque sabía que no era
cierto, ¡habría jurado que las pequeñas criaturas estaban rogándole a su
Creador que entibiara un poco las cosas!
Los expertos dicen que los incontables
cantos de aves que escuchamos durante las madrugadas invernales son, en su
mayoría, de los machos, los cuales intentan atraer a las hembras y defender sus
territorios. Su gorjeo me recordó que Dios puso armonía en su creación para
sustentar y fomentar la vida, porque Él es Dios de vida.
El autor de un salmo que se maravilla ante
la floreciente creación de Dios expresa: «Bendice, alma mía, al Señor» (Salmo
104:1); y agrega: «A sus orillas habitan las aves de los cielos; cantan entre
las ramas» (v. 12).
Desde el canto de las aves hasta un vasto
océano «en donde se mueven seres innumerables» (v. 25), todas son razones para
alabar al Creador que da vida y la sustenta.
Gracias,
Señor, por el mundo que creaste.
«Y él es
antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten». Colosenses 1:17
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