sábado, 15 de marzo de 2014

Un Dios de gracia


Leer | Santiago 1.17-18 | La identidad del Señor es distorsionada con frecuencia por el mundo. Para los ojos incrédulos, Dios puede parecer un gobernante duro que se apresura a condenar cualquier desobediencia. De alguna manera, ese falso concepto ha contaminado también a nuestras iglesias. Hay creyentes que se acercan al Señor como si Él fuera un viejo tacaño que reparte amor, gracia y perdón por pedacitos.

 En el momento de la salvación, recibimos todas las buenas dádivas de Dios: perdón, redención, justicia, un lugar en su familia, y mucho más. Existe la idea equivocada entre algunos creyentes de que la gracia del Señor para con nosotros aumenta a medida que nuestra fe madura. Si fuera así, estaríamos ganando su bendición por medio de obras. Lo que sí es verdad es que el crecimiento espiritual amplía nuestra capacidad de reconocer y disfrutar de su gracia en nuestra vida.

Es lamentable que tantas personas se sientan indignas de gozar de las bendiciones del Señor. Afortunadamente, no tenemos que merecer su bondad, porque ninguno de nosotros sería capaz de estar a la altura. De hecho, la Sagrada Escritura destaca el hecho de que Dios actúa teniendo en cuenta su gracia, no nuestras obras (Ef 2.8, 9). Piense en lo grande, ancho y profundo que es su amor; se preocupa por nosotros y nos colma de gracia porque Él quiere, no porque nos la ganemos.

En vez de míseros bocados de su Palabra y de su presencia el domingo, debemos devorar “comidas” completas cada día. Siga el consejo de los Salmos: “Abre tu boca… Gustad, y ved que es bueno Jehová” (81.10; 34.8).


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