A fin de rescatar su colección de discos,
un hombre se deslizó por el piso de su sala que tenía una inclinación de 45
grados. Una joven de dieciocho años, resuelta a rescatar su loro que había
quedado atrapado, pasó a través de una ventana rota. Así mismo un joven de
veintiséis años, para recuperar la vieja Biblia de la familia, se metió en su
apartamento cuando aún temblaba.
Todos estos, y muchos más casos, se
registraron en el valle de San Fernando, California, después de uno de los
fuertes terremotos que sacudió el lugar. «A la gente le gusta correr riesgos
—explicó Carl Frederick, psicólogo de la Universidad de California—. Es una
manera de hacerle frente a la desgracia.»
El terremoto inicial que sacudió todo el
valle de San Fernando fue uno de los más desastrosos que ha sufrido el estado
de California. En cuestión de segundos dejó sin hogar a más de quince mil
personas, dando como resultado inmensas pérdidas materiales. Y así como en toda
gran desgracia colectiva, el espíritu de solidaridad manifiesto, que es uno de
los valores humanos más importantes, produjo emocionantes pruebas de consuelo y
ayuda mutua. Las autoridades del estado acudieron de inmediato con toda clase
de ayuda. Y la fe religiosa de muchos cobró nuevo impulso.
Andrés Rogers, un joven que neciamente
entró a buscar sus zapatos en su apartamento derrumbado, dijo: «Dios salvó mi
vida del terremoto. No me va a dejar morir ahora.» Otro hombre que desafió la
orden policial de no entrar a su edificio fue a buscar una caja de clavos.
«Tengo que colgar mis textos bíblicos en mi nuevo apartamento —dijo—. Cristo
nunca falla.»
Es interesante ver cómo en los momentos de
gran calamidad las víctimas piensan en Dios. Como que la fe se acrecienta en
tiempos de angustia. Como que nos es más fácil orar cuando experimentamos la
desventura.
Lo cierto es que fue también así en los
días de Jesucristo. Haciendo un repaso de los cuatro historiadores de la vida
de Jesús, vemos claramente que los que se acercaban a Cristo eran los que
habían agotado todo recurso humano.
¿Será que sólo buscamos a Dios en los
momentos de crisis? Es triste pensar que sólo nos acercamos a la Divina
Majestad cuando estamos en derrota. La fe en Cristo es algo que necesitamos
todos los días de la vida. La comunión con Dios debe ser habitual, una
costumbre de cada momento.
Si no lo hemos hecho todavía,
experimentemos el agrado de tener a Cristo como amigo constante. No esperemos
llegar al fracaso para buscar a Dios. Él quiere ser nuestro amigo hoy mismo.
Hermano Pablo
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