Romanos 8.26, 27 | El Espíritu Santo mora
en el creyente desde el momento de la salvación; lo cual significa que su poder
es asequible a partir de ese momento (Ef 1.13). Dios creó una manera sencilla
para que tengamos acceso a ese poder cada día.
Primero, debemos aceptar que nuestra
naturaleza pecaminosa nos impide hacer la voluntad de Dios. No importa qué tan
capaces seamos, nuestras fuerzas y sabiduría no son suficientes. A veces, los
cristianos se sienten orgullosos por el bien que han hecho o por el número de
años que han sido salvos. Imagínese cuánto más pudiéramos servir al Señor si
humildemente dejáramos que Dios obrara por medio de nosotros.
Segundo, debemos rendir toda nuestra vida a
la guía y gobierno del Espíritu Santo. Es decir, conducir nuestro andar
espiritual —y también nuestra profesión, finanzas, familia y relaciones— como
Dios quiere. El Espíritu Santo de Dios no liberará su poder sobrenatural en una
vida que sigue en rebeldía.
Tercero, debemos tener fe, lo que significa
demostrar convicción y confianza en el Señor. La fe es lo que libera el poder
del Espíritu. Es como decir: “Creo que tienes un plan, Señor, así que voy a
tener fe en que me darás lo que necesito para hacer tu voluntad”. Entonces, Él
moverá cielo y tierra para satisfacer su necesidad, cualquiera que sea.
Pero no es suficiente memorizar y revisar
los pasos. Hay que hacer de estos principios un estilo de vida. Acostúmbrese a
pensar: “Yo no puedo, pero Dios sí; me someteré a su voluntad, porque sus
planes son para mí bien y para su gloria”. Esa es la clase de vida que rebosa
con el poder del Espíritu Santo.
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