Efesios 4.26, 27 | Es importante entender
que los creyentes podemos tener momentos de enojo y aún así seguir estando bien
con Dios. Pero la ira que se guarda por mucho tiempo es una oportunidad para
Satanás. Éste planta con rapidez justificaciones en nuestra mente: Esa persona
merece que le grites. ¡No debes ser tratado de esa manera! Dios te entiende.
Al dar excusas a las personas para
construir una defensa que les permita albergar su ira, Satanás crea una muralla
en sus vidas. Son necios el hombre o la mujer que permiten que la ira se anide
en su corazón (Ec 7.9).
No debemos poner ni un solo ladrillo para
esa fortaleza del diablo. Más bien, los creyentes deben responder a la
provocación perdonando a los demás como Dios perdona. Su misericordia es
incondicional; no hay falta que Él no perdone. Los creyentes no pueden estar
delante de Dios si justifican el albergar ira por largo tiempo. Por tanto,
tenemos que dejarla ir por medio del perdón.
Podemos protegernos más aún si
identificamos lo que nos irrita con frecuencia. Cuando esas situaciones (o
personas) surjan, debemos pedirle a Dios que nos haga prontos para oír, tardos
para hablar, tardos para la ira (Stg 1.19). Ese es el fruto espiritual del
dominio propio en acción.
La ira solo produce malas relaciones y mal
testimonio. El creyente sabio hace dos cosas para enfrentarla. Primero, sigue
las numerosas amonestaciones que hay en la Biblia acerca de este peligroso
sentimiento, y se mantiene alerta. Y, segundo, renuncia a su ira en favor del
perdón.
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