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ROMANOS 3.21-26 | Romanos 3 comunica la esencia misma de las
Sagradas Escrituras. Sin la cruz de Cristo y su muerte expiatoria, nadie puede
ser declarado justo.
En otras
palabras, solo hay una manera de llegar a ser un hijo de Dios: por medio de la
sangre del Salvador (Jn 14.6). Las buenas obras y la vida correcta no ganarán
el favor del Señor, porque toda persona peca inevitablemente y un pecador no
puede entrar a la presencia del Dios santo. El derramamiento de la sangre de
Cristo en favor del mundo, hizo posible que cualquier persona sea limpiada del
pecado y tenga una relación con el Creador. El único requisito es confiar en el
Señor Jesús como su Salvador.
Para que
Dios sea justo, Él debe mantenerse fiel a sus propios principios. Su santidad
dictaba que “el alma que pecare, esa morirá” (Ez 18.4). El castigo por el
pecado, es decir, la muerte, tenía que ser pagado de una manera aceptable a
Dios. Él dijo por medio de Moisés que era necesario un sacrificio: “Porque la
vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación
sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la
persona” (Lv 17.11). Había que dar una vida, para que la vida de otra persona
pudiera salvarse.
En
consecuencia, el Padre celestial proveyó un sacrificio perfecto y sin pecado en
favor de toda la humanidad. La única manera que había para que la justicia de
Dios fuera satisfecha era que Jesucristo tomara nuestra culpa y nuestro pecado
sobre sí mismo, y muriera en lugar nuestro.
Cuando
decimos que hay un solo camino al Padre, queremos decir que una persona debe
creer que Jesucristo murió a su favor como un sacrificio perfecto. Confiar en
cualquier otra cosa, es ignorar la santidad de Dios y lo que dice su Palabra
(Hch 4.12).
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