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HEBREOS 9.11-14 | Si usted se dirigiera al azar a cualquier
persona en la calle y le preguntara si irá al cielo, muy probablemente le diría
que sí. Si le pregunta por qué, lo más probable es que le mencione las cosas
buenas que ha hecho. A los no creyentes, y algunos creyentes también, se les
hace difícil entender por qué sus obras no son suficientes para la salvación.
En realidad, muchas personas no reconocen en absoluto su necesidad de ser
salvas.
Suponen que
ser un buen esposo o un padre dedicado que no engaña a nadie y hace bien su
trabajo, es suficiente para ganar la vida eterna. No se ven a sí mismos como
pecadores, ni comprenden que el pecado los ha separado del Dios santo. Creen
que pueden ganar un lugar en el cielo por medio de su conducta.
La trampa
para las personas que piensan de esta manera, es que son incapaces de reconocer
que el Señor es el único que puede hacer algo en cuanto a la condición
pecaminosa del ser humano. La mayoría de nosotros nos vemos muy bien a nuestros
propios ojos porque, al utilizar a otros como un patrón para hacer la
comparación, siempre podemos encontrar a alguien cuyo estilo de vida o sus
malas acciones nos hacen lucir mejor. Pero cuando nos comparamos con la
santidad perfecta de Dios, ninguno de nosotros da la talla.
El Salvador
murió por los pecados de la humanidad y resucitó para que cada persona pudiera
ser santa, así como Dios es santo. Juan explicó cómo es lavado el pecado del
creyente: “La sangre de Jesucristo su Hijo [de Dios] nos limpia de todo pecado”
(1 Jn 1.7). Las buenas obras no significan nada, a menos que sean el resultado
de un espíritu limpio. Podemos tener santidad personal solamente recibiendo al
Señor Jesucristo y su regalo de la salvación.
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