Leer: Salmo
51:7-17 | La Biblia en un año: Juan 11:30-57 | Una amiga mía viajó a otro país
y visitó una iglesia. Allí observó que, cuando la gente entraba, se arrodillaba
y oraba, de espalda a la parte delantera de la iglesia. Luego, se enteró de que los miembros de esa
iglesia confesaban sus pecados a Dios antes de empezar la reunión.
Este acto
de humildad es, para mí, un cuadro de lo que dijo David en el Salmo 51: «Los
sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y
humillado no despreciarás tú, oh Dios» (v. 17). Estaba describiendo su
remordimiento y su arrepentimiento por su pecado de adulterio con Betsabé. La
tristeza verdadera por el pecado implica adoptar la perspectiva de Dios sobre
lo que hicimos: considerarlo claramente malo, rechazarlo y no querer volver a
hacerlo.
Si somos
sinceros, Dios nos restaura en su amor: «Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1
Juan 1:9). Este perdón renueva nuestra comunión con Él y nos impulsa a
alabarlo. Después de arrepentirse, confesar y ser perdonado por Dios, David
exclama: «Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza» (Salmo
51:15).
La respuesta
correcta ante la santidad de Dios es la humildad. Y la alabanza es la reacción
del corazón ante su perdón.
Señor, que nunca minimice mis pecados ni deje
de alabarte.
La alabanza es la canción de un alma liberada.
NUESTRO PAN
DIARIO
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