Leer:
Eclesiastés 1:1-11 | La Biblia en un año: Hebreos 11:1-19 | Mientras espero
para pagar en el supermercado, miro alrededor y veo jóvenes con la cabeza
afeitada y anillos en la nariz buscando patatas fritas embolsadas; un joven
profesional comprando carne, espárragos y patatas; y una anciana observando los
duraznos y las fresas. Me pregunto: ¿Conoce Dios el nombre de todas estas
personas? ¿Realmente le interesan?
El Creador
de todas las cosas lo es también de cada ser humano, y todos somos dignos de su
amor y atención. Dios demostró ese amor en persona sobre las onduladas colinas
de Israel y, al final, en la cruz.
Cuando
Jesús visitó la Tierra como siervo, demostró que la mano de Dios no es
demasiado grande para la persona más pequeña de este mundo. En esa mano, no
solo nuestros nombres están grabados, sino también las heridas del precio que
pagó por amarnos tanto.
Cuando
siento lástima de mí mismo o me abruma la angustia de la soledad —emociones
bien descritas en los libros de Job y Eclesiastés—, leo los Evangelios, que
relatan las historias y las obras de Jesús. Si pienso que a Dios no le interesa
mi existencia «debajo del sol» (Eclesiastés 1:3), estoy contradiciendo una de
las principales razones por las que Jesús vino a la Tierra. Él es la respuesta
a mi cuestionamiento: ¿Le intereso a alguien?
Señor, gracias porque
mi vida te importa mucho.
«El buen Pastor pone su vida por las ovejas». Jesús
NUESTRO PAN DIARIO
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