Romanos 5: 1-2 | Un día le pregunté a una camarera que me servía a la mesa. “Si usted pudiera pedirle algo a Dios, ¿qué le pediría?” Su respuesta fue inmediata: “Quiero sentir paz”. Con lágrimas en los ojos, me dijo que su abuela había muerto y esto la tenía turbada emocionalmente.
Muchos en nuestro mundo son como esa joven;
desean tener paz interior, pero no tienen ninguna relación con el Señor. Muchas
veces, las personas buscan satisfacción intentando mejorar su aspecto, su
condición física, su situación económica, o su nivel social —o consumiendo
drogas. Pero tales cosas no pueden dar paz al corazón o a la mente. Solo una
relación con el Señor Jesús conduce a una paz verdadera.
Antes de ser salvos, éramos esclavos del
pecado y vivíamos enfrentados a Dios (Col 1.21). Nuestras rebeliones habían
creado una barrera entre Él y nosotros, que no podíamos cruzar con nuestras
propias fuerzas. Sin la intervención de Dios, no podríamos haber encontrado el
sendero de la paz. Pero nuestro Padre celestial dio la solución perfecta para
nuestro problema del pecado. Envió a su Hijo para que Él pagara por nuestras
transgresiones y eliminara la separación que había entre Dios y nosotros.
Cuando pusimos la fe en Cristo como nuestro
Salvador, fuimos reconciliados con Dios (Ro 5.10). En Cristo, tenemos paz para
con el Padre.
Nuestro Dios trino ha dado todo lo
necesario para que tengamos paz interior. El Padre celestial nos abrió el
camino para que seamos parte de su familia. Jesús ofrece su paz para que
podamos experimentar serenidad (Jn 14.27). Y el Espíritu Santo cultiva el fruto
de la paz en nuestra vida (Ga 5.22).
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