Liu Wei,
natural de Beijín, no tiene brazos. A la edad de diez años tuvo un accidente
terrible. Mientras jugaba con sus amigos a las escondidas recibió una descarga
eléctrica que lo dejó entre la vida y la muerte durante cuarenta y cinco días.
Sobrevivió a la traumática experiencia, pero al despertar descubrió que había
perdido ambos brazos debido al incidente.
A partir de
ese momento se tuvo que replantear la vida, una vida donde aprender a comer por
sí mismo ya representaba todo un reto para él. Con la ayuda de sus padres
comprendió que el esfuerzo diario, el optimismo y el tesón en el trabajo
podrían suponerle grandes resultados.
Hoy es reconocido como un pianista singular que es capaz de tocar a los
clásicos con magistral habilidad.
Desconozco
si Liu Wei es creyente o no, ni siquiera sé mucho más de él que lo que les
acabo de contar. Lo que me queda claro es que es un joven que ha entendido que
recomenzar es una elección que todos podemos tomar. Darse por vencido tiene que
ver más con nuestras decisiones, que con nuestras circunstancias. La historia
de arrojo y tenacidad de Wei muy pocas personas están dispuestas a repetirla,
aun cuando sus limitaciones son inferiores, en gran medida, a las de este
simpático chico.
Con
frecuencia me pregunto: ¿por qué cada vez son más los que eligen el camino
fácil de la auto conmiseración? El fracaso los anula, los tira a la lona y son
incapaces de levantarse otra vez. En lugar de tomar la experiencia como
aprendizaje, la asumen como un decreto definitivo sobre sus vidas. Algunas de
estas personas no me son extrañas. Están cerca de mí todos los días, intento
ayudarlas, les hablo de las imperecederas promesas de Dios de fuerza y
restauración, pero no pueden creerlas. Están tan abrumados creyéndose víctimas
entre todos los hombres, que desconocen que los obstáculos de la vida son los
escaños a dominar para alcanzar nobles metas.
El pozo
donde echaron a José, las calumnias de la esposa de Potifar y la cárcel
egipcia, fueron el fuego que templó el acero espiritual que había en José. Sus
obstáculos, sus limitaciones fueron paradójicamente el sendero hacia el
propósito completo de Dios. Nada es definitivo hasta el día de la muerte.
Podemos cambiar nuestras circunstancias si perseveramos lo suficiente. No digo
esto desde una perspectiva humanista. Aunque creo que el hombre fue dotado con
capacidades de carácter y supervivencia, en la vida cristiana las cosas funcionan
a otro nivel, el nivel de la dependencia y la confianza en Dios.
Si un joven
sin brazos puede sobreponerse a sus limitaciones, haciendo con sus pies la más
exquisita música clásica, cuánto más un creyente lleno del Espíritu Santo podrá
sobrepasar a sus conflictos presentes. No se trata de ser un súper hombre.
Tampoco se trata de si Dios quiere o no, que vivas una vida abundante y plena.
Las promesas de Dios son claras, él desea que tengamos todo el fruto del
Espíritu en nosotros. En realidad se trata de qué actitudes estamos tomando a
la hora de vivir nuestra fe. Tal pareciera, en ocasiones, que andamos sin
esperanza. Olvidadizos de quién nos llamó para formar parte de su gran familia.
Cada uno tiene sus desafíos, sus propias vallas que rebasar, sus
enmarañadas alambradas que sortear. Sólo dos caminos cada vez. Darse por
vencido vendrá como primera opción, será la decisión más fácil de todas, pero
la que más nos costará a la postre. La segunda es recomenzar. Creer que no
ha acabado hasta que acabe y ser
optimista mientras nos proyectamos hacia las metas que Dios ha puesto delante
de nosotros. Liu Wei me ha recordado que un hombre puede hacer mucho si se lo
propone, pero el apóstol Pablo me recuerda una verdad mucho mayor: “Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Créame, cuando la Biblia
dice “todo”, es todo.
Autor:
Osmany Cruz Ferrer
Escrito para Devocional Diario
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