Es
necesario precisar desde un principio, que el Señor Jesús puso su vida
voluntariamente en propiciación por nuestros pecados.
Él mismo lo
declaro: “...Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a
tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para
ponerla, y tengo poder para volverla a tomar...” Juan 10:17-18
La venida
del hijo de Dios en carne (Juan 1:14) estaba ya predestinada desde antes de la
fundación del mundo, y su muerte no fue un hecho meramente circunstancial, sino
que un designio eterno de Dios.
Lo que
Cristo logró en la cruz es verdaderamente extraordinario y no tiene
comparación. El tratamiento de nuestros pecados en la cruz, es una obra cuyo
diseño es divino y no humano. No fue un hombre simplemente el que murió en la
cruz, sino que fue Dios – hombre, el eterno Emmanuel.
No fue un
ser creado quien murió en la cruz, sino que uno eterno, destinado desde antes
de todas las cosas, tal cual lo declara el apóstol Pedro:
“Sabiendo
que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de
vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la
sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,
ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los
postreros tiempos por amor de vosotros” 1 Pedro 1:18-20
Si hubiese
sido un hombre quien murió en la cruz, lo ocurrido allí, habría sido un crimen
o un martirio, y no una ofrenda en sacrificio voluntario. Cristo quiso morir
por nosotros, a él nadie le quitó la vida, él la puso voluntariamente por
nosotros.
Por
consiguiente, jamás debemos concluir que Jesús fue asesinado porque Poncio
Pilato no lo indultó, o porque Judas lo traicionó; Cristo murió porque Él quiso
morir y el plan eterno de Dios ya lo había establecido así:
“Porque
verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien
ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para
hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera”
Hechos 4:27-28
Es
realmente sorprendente observar las profecías mesiánicas y en lo particular,
anunciando cientos de años antes que el Mesías vendría a morir.
El profeta
Isaías escribe la más intensa y conmovedora de las narraciones que hablan de
los padecimientos del Mesías. El capítulo 53 de Isaías es verdaderamente un
relato de excelencia, cuya exactitud en cada detalle y descripción de los
hechos que acontecieron siglos después, nos confirma indiscutiblemente su
inspiración divina.
David
inspirado por el Espíritu Santo, escribió el salmo 22, que al igual que la
narración de Isaías, se muestra una detallada descripción de los padecimientos
de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Ya en el Getsemaní
(prensa de aceite), el estado de Cristo es de una angustia intensa. No
olvidemos que Él era Dios – hombre y padeció como tal. Sus temores y tristezas
eran reales y no una ficción. Él necesitaba de sus amados discípulos pero todos
le dejaron solo. Todos se durmieron mientras el Autor de la vida oraba.
El
evangelio de Lucas presenta un antecedente exclusivo que nos permite entender
aún más el grado de angustia que estaba padeciendo Jesús previo a su arresto:
“ Y se le
apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más
intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la
tierra” Lucas 22: 43-44
Esta
condición es conocida en la medicina como “hematohidrosis” (sudor de sangre).
Este fenómeno es muy raro, pero perfectamente documentado y que ocurre en
condiciones excepcionales. El Dr. LeBec escribe: “Es un agotamiento físico
acompañado de un trastorno moral, consecuencia de una emoción profunda, de un
miedo atroz” (Le supplice de la Croix, Paris, 1925)
Se describe
como una dilatación y ruptura de los vasos capilares subcutáneos en su punto de
contacto con la base de los millones de glándulas sudoríparas. La sangre se
mezcla con el sudor y se coagula sobre la piel después de la exudación. Es esta
mezcla de sudor y coágulos la que se va juntando hasta correr por encima de la
piel de todo el cuerpo en cantidad suficiente como para caer al suelo.
Esta agonía
de Jesús no se debía tanto a los padecimientos físicos que pasaría, sino a la
realidad de que los pecados y enfermedades de la humanidad vendrían sobre él.
En su oración del huerto le dijo al Padre: “si quieres, pasa de mi esta copa,
pero no se haga mi voluntad, sino la tuya…”
(TIEMPO DE
ESPERANZA)
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