Lectura:
Lucas 15:11-24 | Todos los días, un padre estiraba su cuello para mirar a lo
lejos, esperando que su hijo volviera, pero todas las noches se iba a la cama
decepcionado. Sin embargo, un día, apareció un puntito: una silueta solitaria
se recortaba en el cielo rojizo. ¿Será mi hijo?, se preguntó. Luego, distinguió
el andar conocido. ¡Sí, es él!
Cuando el
hijo «aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió,
y se echó sobre su cuello, y le besó» (Lucas 15:20) . Es sorprendente que el
patriarca haya hecho algo considerado indigno en la cultura de Medio Oriente:
corrió para recibir a su hijo. El padre rebosaba de gozo ante el regreso del
muchacho.
El hijo no
merecía tal recibimiento. Cuando le pidió a su padre que le diera su parte de
la herencia y se fue de su casa, fue como si hubiese deseado que su padre
muriera. No obstante, a pesar de todo lo que el joven le había hecho, seguía
siendo su hijo (v. 24) .
Esta
parábola me recuerda que Dios me acepta por su gracia, no por mis méritos. Me
asegura que nunca me hundiré tanto como para que la gracia del Señor no pueda
alcanzarme. Nuestro Padre celestial está esperando correr con los brazos
abiertos hacia nosotros.
Padre,
estoy tan agradecido por todo lo que tu Hijo hizo por mí en la cruz. Te ofrezco
un corazón que desea ser como Jesús.
«Merecemos
castigo y recibimos perdón; merecemos la ira de Dios y recibimos su amor».
—Philip Yancey
(EL VERSICULO DEL
DIA)
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