Leer:
Santiago 2:14-17
| Un integrante de una organización
benéfica contó sobre una mujer que viajó a un país distante a visitar al niño a
quien sostenía financieramente. Decidió llevar a ese niñito, que vivía en la
indigencia, a comer a un restaurante.
El pequeño
pidió una hamburguesa, y la mujer, una ensalada. Cuando llegó la comida, el
chico, que jamás había tenido un almuerzo así en toda su vida, observó la
escena: miró su enorme hamburguesa y la pequeña ensalada de su nueva amiga;
después, cortó la hamburguesa por la mitad, se la ofreció a la mujer, se frotó
la panza y preguntó: «¿Hambre?».
Un niño que
casi no había tenido nunca nada estuvo dispuesto a compartir la mitad de lo que
ahora tenía con alguien que pensó que podía necesitar más. Podemos recordar a
este muchachito cuando nos encontremos con alguien con necesidades físicas,
emocionales o espirituales. Como seguidores de Cristo, nuestra fe en Él debería
reflejarse en nuestras acciones (Santiago 2:17) .
Todos los
días, encontramos personas necesitadas. Algunas en diferentes partes del mundo;
otras, a la vuelta de la esquina. Algunas con necesidad de una comida caliente;
otras, de una palabra amable. ¡Qué gran diferencia pueden marcar los seguidores
de Cristo, haciendo el bien y compartiendo! (Hebreos 13:16) .
Señor,
ayúdame a ver las necesidades de los demás.
«La tarea más gloriosa del hombre
es hacer el bien». —Sófocles
(NUESTRO PAN DIARIO)
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