Marcos 11.20-26 | Los obstáculos del tamaño
de una montaña son parte de vivir en un mundo caído. Vienen en todas las
formas: problemas económicos, conflictos personales, quebrantos de salud, etc.
Jesús dijo que tendríamos problemas en esta vida; eso es inevitable. Sin
embargo, hay esperanza, porque Él ha vencido al mundo (Jn 16.33).
Cuando nuestros problemas parezcan
aplastantes, Jesús nos dice que tengamos fe en Dios, y que oremos. El pasaje de
hoy es muy especial, porque parece ser una promesa genérica para todo lo que
queramos; Marcos 11.24 suena como si lo único que tenemos que hacer es recibir
lo que pidamos, sea lo que sea. Pero este versículo no puede entenderse con
independencia del resto de la Biblia. Consideremos, entonces, dos requisitos
para esta promesa.
Dios se ha comprometido a eliminar
únicamente aquello que obstaculice su voluntad. Jesús es nuestro ejemplo
fundamental de esta verdad. Cuando se enfrentó a la posibilidad de morir en una
cruz para llevar el pecado de toda la humanidad, ello pudo haberle parecido una
montaña que había que quitar, pero sus oraciones se rigieron por estas
palabras: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22.42).
Debemos también asegurarnos de que no seamos
el obstáculo en el plan de Dios. El Señor Jesús señala en Marcos 11.25, 26 que
un espíritu no perdonador rompe nuestra comunión con Dios, lo cual obstaculiza
nuestras oraciones.
Nuestra primera reacción ante un obstáculo
debe ser preguntarle al Señor: “¿Hay pecado en mi vida? ¿Mis peticiones
armonizan con tu voluntad?”. Solo entonces podremos pedirle con confianza que
quite nuestras montañas.
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