Nos
acostumbramos a vivir en nuestra casa y a no tener otra vista que no sean las
ventanas de los edificios que nos rodean. Y como estamos acostumbrados a no ver
más que ventanas y edificios, nos acostumbramos a no mirar hacia afuera.
Como no
miramos hacia afuera, nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas. Al no
abrir completamente las cortinas nos acostumbramos a encender la luz antes. Nos
acostumbramos tanto, que olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos el
paisaje.
Nos
acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde. A tomar
rápido el desayuno porque llegamos tarde. A comer un sándwich porque no tenemos
tiempo para comer a gusto. A salir del trabajo cuando ya anocheció. A cenar
rápido y dormir con el estómago pesado sin haber vivido el día, porque tenemos
que ir a trabajar temprano.
Nos
acostumbramos a esperar un “no puedo" en el teléfono. A sonreír sin
recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando necesitamos ser vistos.
Si el trabajo resulta duro, nos consolamos pensando en el fin de semana. Y
cuando llega el fin de semana, nos aburrimos y deseamos que llegue el lunes
para ir a trabajar.
Nos
acostumbramos tanto a este estilo de vida, que parece que estamos ahorrando
vida por miedo a gastarla, y al final,
nos olvidamos de vivir.
“Acuérdate de tu Creador ahora que eres joven.
Acuérdate de tu creador antes que vengan los días malos. Llegará el día en que
digas: “No da gusto vivir tantos años” Eclesiastés 12:1
"La muerte está tan segura de su victoria
que nos da toda una vida de ventaja"
Fuentes: Reflexiones Para el Alma
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