LEA: Salmo
27:7-14 | Mientras viajaba en un avión con sus hijas de dos y cuatro años, una
joven mamá se esforzaba por mantenerlas ocupadas, para que no molestaran a los
demás. Cuando se oyó la voz del piloto por el intercomunicador dando los
anuncios, la más pequeña dejó lo que estaba haciendo e inclinó la cabeza.
Cuando el piloto terminó, ella susurró: «Amén». Como un tiempo antes se había
producido una catástrofe natural, quizá la niña pensó que él estaba orando.
Tal como
esa niñita, yo también deseo tener un corazón que guíe inmediatamente mis
pensamientos hacia la oración. Pienso que sería justo decir que el salmista
David tenía esa clase de corazón. En el Salmo 27, vemos algunos indicios de
esto cuando habla de enfrentar enemigos difíciles (v. 2). También declaró: «Tu
rostro buscaré, oh Señor» (v. 8). Algunos dicen que, al escribir este salmo,
recordaba el momento cuando huía de Saúl (1 Samuel 21:10) o de su hijo Absalón
(2 Samuel 15:13-14). La oración y la dependencia de Dios ocupaban el primer
lugar en la mente del salmista, y descubrió que Él era su santuario (Salmo
27:4-5).
Nosotros
también necesitamos un santuario. Quizá leer u orar este salmo y otros nos
ayude a desarrollar esa intimidad con nuestro Padre Dios. Cuando Él se
convierta en nuestro santuario, tendremos el corazón más dispuesto a buscarlo
en oración.
En la
oración, Dios puede calmar nuestro corazón y tranquilizar nuestra mente.
(Nuestro
Pan Diario)
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