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Zacarías 10:1-8 | En La Gomera, uno de los islotes de las Islas Canarias, está
resurgiendo un idioma que suena como el canto de un pájaro. En una tierra de
valles profundos y grandes desfiladeros, los niños en las escuelas y los
turistas aprenden sobre los silbidos que, hace tiempo, se usaban para
comunicarse a más de tres kilómetros de distancia. Un cuidador de cabras que ha
vuelto a usar este antiguo idioma con su rebaño, declaró: «Ellas reconocen mi
silbido tanto como mi voz».
El silbido
también aparece en la Biblia, donde se describe a Dios como un pastor que silba
para llamar a sus ovejas. Quizá el profeta tenía en mente esta imagen cuando
describió al Señor, quien, un día, silbaría para atraer hacia sí a un pueblo
disperso y errante (Zacarías 10:8).
Muchos años
después, Jesús afirmó: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen»
(Juan 10:27). Tal vez ese sea el silbido de un pastor. Las ovejas no entienden
las palabras, pero conocen el sonido que indica la presencia del pastor.
Voces que
confunden y ruidos que distraen siguen compitiendo para captar nuestra atención
(ver Zacarías 10:2). No obstante, el Señor tiene diversas maneras de guiarnos,
aun sin palabras. Mediante sucesos alarmantes o alentadores, nos recuerda sobre
su guía, protección y presencia confirmadora.
El llamado
de Dios siempre puede oírse.
Nuestro Pan
Diario
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