LEA: Salmo
150 | Cuando le pregunté a un amigo cómo andaba su madre, me dijo que la
demencia senil le había robado su capacidad de recordar muchos nombres y
acontecimientos del pasado. «Aun así —agregó—, todavía puede sentarse al piano
y, sin la partitura, tocar de memoria himnos hermosos».
Hace 2.500
años, Platón y Aristóteles escribieron sobre el poder auxiliador y sanador de
la música. Pero, siglos antes, el registro bíblico estaba saturado de
canciones.
Desde la
primera mención de Jubal, «padre de todos los que tocan arpa y flauta» (Génesis
4:21), hasta aquellos que «cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el
cántico del Cordero» (Apocalipsis 15:3), las páginas de la Biblia resuenan de
música. Salmos, llamado a menudo «el himnario bíblico», nos señala el amor y la
fidelidad de Dios. El libro concluye con un llamado incesante a adorar: «Todo
lo que respira alabe al Señor. Aleluya» (Salmo 150:6).
Como nunca
antes en la historia, hoy necesitamos que Dios ministre con música nuestro
corazón. Sea lo que sea que enfrentemos durante el día, que la noche nos
encuentre cantando: «Fortaleza mía, a ti cantaré; porque eres, oh Dios, mi
refugio, el Dios de mi misericordia» (59:17).
La alabanza
a Dios surge naturalmente cuando enumeras tus bendiciones.
Nuestro Pan
Diario
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