Salmo 139.1-18 | Dios es infinito. Para
nosotros es difícil, con nuestras limitadas mentes humanas, imaginar
exactamente lo que eso significa; sin embargo, es importante pensar en su
grandeza. Su amor es inconmensurable, y Él es ilimitado en justicia y
misericordia. El tiempo y el espacio no pueden contenerle.
¿Podemos ir a alguna parte donde Dios no
esté? Puede haber momentos en los que sintamos que queremos escondernos de Él,
pero, por fortuna, no hay ningún lugar al que podamos ir que esté fuera de su
alcance. Lo último que deberíamos desear es estar separados de Él. Como
creyentes, estamos conectados con el Padre para siempre, porque Él es eterno.
Se llama a sí mismo el Alfa y la Omega, lo que significa el principio y el fin.
Esto no quiere decir que el Señor comenzó en algún momento en el pasado de la
eternidad, y que terminará en algún momento en el futuro. Significa que cuando
comenzaron el tiempo y el espacio, fue Él quien los creó.
Cuando ellos terminen, Dios seguirá estando
allí: Él es “el que es y que era y ha de venir” (Ap 1.8). Este era un concepto
revolucionario para la multitud de judíos a quienes Cristo dijo: “Antes que
Abraham fuese, yo soy” (Jn 8.58). Entendieron que Jesús, al decir que era uno
con Yavé (el nombre de Dios, que significa “Yo soy”), afirmaba ser eterno, y
por eso trataron de matarlo, pues consideraban que eso era una blasfemia (Jn
8.59).
Pero Dios no solo es infinito y eterno; Él
también es inmutable (Stg 1.17). Mucho de lo que creemos se basa en esta
característica de Dios. Podemos confiar en sus promesas, porque ellas nunca
cambian, y también en su amor porque éste nunca termina.
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