lunes, 12 de septiembre de 2011

El amor incondicional de Dios


1 Juan 4
7          Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.

8          El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.

 9         En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.

10        En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

Una de las mayores luchas que enfrentan algunas personas, es el sentimiento de no poder ser amadas por Cristo. Pero la Biblia nos dice claramente que sí lo son. Lejos de decirlo simplemente con palabras, Dios también nos ha dado muchas pruebas de que es así. La creación misma es una expresión de su amoroso cuidado por nosotros. Él creó esta Tierra como la habitación perfecta para la humanidad, y nos provee las cosas que necesitamos para vivir. Pero la más alta expresión de su amor se manifiesta en su provisión para nuestras necesidades eternas. Envió a su Hijo para redimirnos del pecado, poder ser perdonados y reconciliados con Dios, y para luego vivir con Él para siempre en el cielo.

¿Por qué, entonces, con todas estas evidencias, seguimos dudando de su amor? Tal vez sea porque estamos viendo al amor desde nuestra perspectiva limitada: puesto que nosotros no podemos amar a otros incondicionalmente, dudamos de que el Señor pueda hacerlo. Después de todo, el razonamiento humano considera lógico ser amorosos con quienes están a la altura de nuestras normas, y distantes de quienes no.

O quizás simplemente nos sentimos indignos del amor de Dios. Bueno, le tengo una noticia: nadie es digno. El amor de Dios no se basa en si lo merecemos o no. Su amor es una demostración del compromiso que Él tiene de bendecirnos al máximo.

El amor divino no está condicionado por nuestro desempeño, sino por la naturaleza de Dios. Es como la marea del mar. Usted puede estar en la orilla y decir: "No creo en las olas", pero eso no les impedirá tocarle. Asimismo, nada de lo que usted haga o sienta evitará que sea amado por Dios.

Fuentes: En Contacto.

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