miércoles, 14 de septiembre de 2011

Milagros en el desierto



“Jesús le dijo: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mi. Si me conocierais, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”. Juan 14.6-7.

Imagínese luchando para gatear en un desierto abrasador, exhausto y desesperadamente sediento.

Pero ahí en la distancia ve una gran presa y atrás de ella hay miles de galones de agua pura en un lago cristalino, rodeada de hermosos árboles y césped.

¡El problema ahora es saber cómo salir del desierto hacia este oasis!

Hoy en día, la vida es así para muchas almas sedientas. Las personas vagan perdidas, cargadas por los problemas de sus matrimonios, hijos, finanzas o trabajos y sufren de artritis, cáncer, enfermedades o depresión.

Están clamando: “¡Si sólo pudiéramos salir del desierto para alcanzar esa maravillosa agua de vida!”

Dios vive en el cielo, donde no hay muletas, alergias o enfermedades, ni hay dolor, miseria, violencia o guerra. Sabiendo que somos incapaces de alcanzarlo por nosotros mismos, Dios hizo un camino: ¡su Hijo Jesús!

“Jesús le dijo: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mi. Si me conocierais, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto. (Juan 14.6-7).

Él estaba diciendo, si quieren ver a Dios, ¡véanme a mi!, y Jesús cumple sus promesas.

“De cierto, de cierto os digo: El que cree en mi tiene vida eterna (…) yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 6:47, 10:10b).

Jesucristo nos transporta al reino abundante de Dios, no sólo cuando lleguemos al cielo, sino ahora mismo.

Conforme tenemos fe en Dios, Él derrama su vida, agua viva, en nuestros corazones resecos, ¡y suceden milagros!

Nuestros ojos están abiertos a la realidad de su reino. Salimos del desierto de sufrimiento y escasez, entramos a una dimensión de salvación, provisión, sanidad y gozo. Corrientes de agua viva fluyen de nosotros para traer esperanza a los heridos.

Oración

Jesús, abro la puerta de mi corazón para que vivas en mi, para que sanes mi alma de toda mi sequedad y para que me des de esa agua de vida que necesito para seguir. Amén.

Escrito por Pat Robertson. Club 700

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