Escrito por
Fernando Alexis Jiménez | La caída por
las escaleras se produjo cuando sus hijos la visitaban en casa, un domingo en
la tarde. La conversación que había transcurrido agradable, recordando hechos
anecdóticos de la niñez, de pronto se convirtió en una escena que jamás podrían
olvidar. La mujer, de setenta años, se desplomó y rodó por los escalones. Fue
en vano que corrieran en procura de evitar que se siguiera haciendo más daño.
El drama
que se produjo a partir de ese momento sólo podrían describirlo quienes lo
protagonizaron. Pasaron varios días en vilo, atentos a las informaciones
fragmentarias que les suministraban los médicos especialistas de la unidad de
cuidados intensivos de la clínica en la que la recluyeron.
— Personalmente
no albergo muchas esperanzas— le dijo uno de los especialistas —. Un golpe en
su cabeza fue muy fuerte. Esperamos un desenlace que no puede ser el mejor —.
En medio de
su desesperación, Jorge Alfredo pidió oración en la congregación a la que asistía.
Razonaba: “Solamente Dios puede ayudarme en estos momentos de crisis”.
Él y sus
familiares persistieron en el clamor. No se dejaron amilanar por las
circunstancias. ¡Dios respondió! La madre salió del peligro y, aún cuando
todavía se encuentra muy delicada y en recuperación, saben que pronto la
tendrán de nuevo en casa.
Así es su
Reino: se manifiesta con poder entre aquellos que claman en su presencia; en
quienes han depositado toda su confianza en Él.
Los milagros deben ser reales en su vida
¿Ha pensado
que en la vida del cristiano deben ocurrir milagros? Es algo inherente a
nuestro desenvolvimiento como siervos de Jesucristo. Si hemos creído en un Dios
de poder, ¡acaso no debemos recibir esos milagros de Él? Es tiempo de que
hagamos un alto en el camino. Nuestra existencia debe estar rodeada por hechos
que rebasen toda lógica y hagan posible lo imposible.
En cierta
ocasión el Señor Jesús fue claro al advertir que entrar en el Reino de Dios
implicaba renuncia y sometimiento a la voluntad divina. Él dijo: “ — -Hijos,
¡qué difícil es entrar en el reino de Dios!” (Marcos 10:23. Versión Popular).
Los presentes le preguntaron ¿Cómo entonces sería posible?. “Jesús los miró y
les contestó: “ — Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para
él todo es posible— “ (Marcos 10:27. Versión Popular).
¿Cómo
llegar a esa dimensión en la que se producen los milagros? De una manera
sencilla pero que, humanamente es compleja dado nuestro orgullo: abriéndole el
corazón a Aquél que todo lo puede. En todo el proceso, la oración es clave. Es
necesario, además, que sea el Señor quien tenga dominio pleno de nuestro ser.
Es así de simple.
Si lo
hacemos, las posibilidades que se abren son enormes porque el Señor Jesucristo
dijo: “ — Tengan fe en Dios. Pues les aseguro que si alguien le dice a este
cerro: ¡Quítate de ahí y arrójate al mar!” y no lo hace con dudas, sino
creyendo que ha de suceder lo que dice, entonces sucederá. Por eso digo que
todo lo que ustedes pidan en oración, crean que ya lo han conseguido, y lo
recibirán.” (Marcos 11:22-24. Versión Popular).
Lea
nuevamente el texto. Aplíquelo a su vida. Compruebe que encierra una enseñanza
que podrá revolucionar su existencia. Habla de milagros, es decir, de hechos
que no tienen cabida en nuestra lógica humana pero que forman parte del obrar
maravilloso de nuestro Supremo Hacedor.
¡Nada es
imposible para Él! Ese problema que enfrenta y que le ha llevado a pensar que
todo está perdido, que no hay esperanza, que lo mejor es renunciar, tiene
solución si vuelve la mirada a Dios. Los milagros ocurrirán. ¿Qué pasos seguir?
Como lo
enseñó el Señor Jesús, el primer paso es ir al Padre en oración; el segundo,
dejar de lado toda sombra de duda y, el tercero, esperar bajo el convencimiento
de que aquello que hemos pedido— ese milagro que está necesitando— ocurrirá.
¡Créale a Aquél que creó el universo entero!
Los milagros rompen toda lógica
Isabel
perdió la cuenta de los días que pasó buscando empleo. Cada mañana salía con
entusiasmo a llevar su currículo a las oficinas que, el día anterior y en la
sección de clasificados del diario, había leído que necesitaban una asistente.
Unas veces
encontró un rostro amable tras el escritorio, que le sonrió y dijo: “Deje sus
documentos, ya le llamaremos”; en otras ocasiones era el gesto impasible de
quien considera que ofrecer un empleo es tanto como hacer un favor de
misericordia y se limitaban a poner los papeles en un arrume de hojas de vida.
Otras personas simplemente le dijeron: “Déjelos ahí...” , sin siquiera levantar
los ojos.
En todo
este tiempo estuvo volcada a Dios en oración. Le pedía gracia para encontrar el
cargo indicado en el lugar más conveniente.
Pasadas
algunas semanas y cuando consideraba que su documentación, si la reuniera toda,
cabría en una habitación, recibió una llamada telefónica. Sinceramente no la
esperaba. Pensaba que nadie respondería a su solicitud. Del lugar desde donde
se comunicaban, requerían que se presentara a primera hora del día siguiente.
En el curso de la semana recibió otras tres llamadas, pero ya tenía un
empleo...
¿Quién le
ayudó? El Señor Jesucristo, sin duda. Así lo compartió en la congregación ante
la asamblea de creyentes. Era su testimonio de victoria fruto de confiar en
Dios. El respondió a sus oraciones cuando muchos decían a su alrededor: “No
pierdas tiempo, no hay trabajo para nadie en esta ciudad”.
Dios cambia las circunstancias
En cierta
ocasión y mientras estaba a las afueras de Betsaida con sus discípulos, el
Señor Jesús fue rodeado de por lo menos cinco mil personas que deseaban
escuchar sus enseñanzas. El les habló del Reino de Dios. Al atardecer, los
apóstoles le preguntaron qué hacer en tal situación si no había provisión para
alimentar a tantas personas.
“Pero Jesús
les dijo: Denles ustedes de comer. Había como cinco mil hombres. Pero Jesús les
dijo a sus seguidores: Díganles que se sienten en grupos de más o menos
cincuenta. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados,. Miró hacia el cielo
y dio gracias por la comida. Partió los panes y los peces y se los dio a sus
seguidores para que los repartieran a la gente. Todos comieron y quedaron
satisfechos. Con las sobras se llenaron doce canastas” (Lucas 9:10-17).
¿Se da
cuenta? El Dios en Quien hemos creído no tiene una perspectiva limitada como
usted o yo. Para los discípulos, aquella era una multitud que no podría ser
alimentada con lo poco que tenían a mano. Para el Señor, era posible.
Todo es
posible para Aquél que todo lo puede. Jesús clamó al Padre y la lógica humana
quedó echada por tierra.
Igual en el
caso de Isabel. Las personas a su alrededor tenían una visión derrotista y
quisieron llenarla de escepticismo o quizá de temor aduciendo recesión
económica que, de entrada, cerraba cualquier posibilidad de trabajo o si lo
hubiese, que tuviera buena remuneración. Sin embargo el Señor hizo posible lo
imposible.
Es probable
que usted enfrenta una situación difícil para la que, humanamente, no hay
solución. Pero si usted va a Él en procura de un milagro, sin duda lo hará.
Es
necesario creer, y creer implica desechar toda sombra de duda. Es actuar, por
encima de lo que piensen los demás. El Dios nuestro es un Dios de poder. Vaya
ahora a El en oración. No tema, no desmaye, no renuncie a la posibilidad de ver
un hecho portentoso en su existencia. Es hora de hacerlo. Hoy es el día para
comenzar a clamar.
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