Escribir
puede ser un trabajo duro. Sobre todo esos días en que no encuentras las ideas
que necesitas para un determinado artículo, o las palabras adecuadas para
describir un sentimiento, un evento, o una acción concreta. Miras la pantalla
en blanco en tu ordenador y te preguntas si acaso podrás conseguir garrapatear
algunas oraciones para el final del día. La cosa pinta peor cuando tienes que
entregar un trabajo con límites de tiempo. Puedes experimentar una seria
desesperación, que para mayor perjuicio, lo que hace en realidad es empeorarlo
todo.
Algunos
amigos míos del gremio me aseguran que el café les ayuda a activar ideas, pero
en mi caso el café no es una opción, no me gusta y tampoco me hace ningún
efecto en cuestión. Se calcula que Honoré de Balzac se tomó una cincuenta mil tazas de café hasta
terminar su obra “La comedia humana”. A eso le llamo yo tener un buen hígado.
Mi método es muy simple: oro desde la sencillez de mis muchas limitaciones y le
pido al Señor que me dé ayuda para escribir. Incluso haciendo esto, a veces no
funciona (Dios no tiene que concederme cada cosa que le pido y siempre tiene
sus buenas razones). Así que simplemente cambio de actividad hasta que en algún
momento retomo otra vez mi sitio frente al ordenador y aporreo, al menos, mi
propio nombre en la parte superior de la esquela en la que aún ni siquiera hay
un título. La mayoría de las veces las palabras llegan a fluir, y nada me
despierta mayor satisfacción que el punto final que cierra un artículo, o el
capítulo de un libro. Esos días son muy reconfortantes.
He pensado
que debía contarte las peripecias de este oficio para resaltar una verdad que
me llena de entusiasmo aún en los días de mayor esterilidad creativa, y es que
a Dios no le sucede nada de esto. Él escribe con fluidez sobre nosotros. Tiene
ideas asombrosas con las que llenar las páginas de nuestra vida. Su ingenio
creativo es suficiente para plasmar su bondadoso trazo sobre nuestra andadura.
Miro alrededor y me maravillo ante su destreza para llenar de intrépidas
historias la insipidez humana, y de aventura al corazón soso por la
desesperanza y el fracaso.
Dios solo
tiene una dificultad en su trabajo y no reside en él, sino en nosotros. Un
escritor trabaja frente a una pantalla inerte, o sobre la hoja sin voluntad,
pero el Señor escribe sobre folios humanos que eligen y se mueven con decisión
propia. El material sobre el cual Dios trabaja tiene la extraña facultad de
poder juzgar el tipo de letra en la que escribe el Creador, e incluso
desestimar Su obra en singular capricho descabellado. Penosamente, Dios
encuentra con frecuencia nuestra resistencia a su laboriosa tarea de escribir
obras de arte en pliegos humanos. Algunos se han perdido los mejores finales
felices por cuestionar su portentosa escritura, por no entender que Dios
escribe con peculiares lápices de circunstancias y providencia.
El escritor
a los Hebreos nos habla de un nuevo pacto en el que Dios escribiría leyes en la
mente de su pueblo y ya no más en piedras o pieles de animales. Donde el Señor
prometió que escribiría sobre corazones y no sobre papiros o metales. Es ese el
gran deseo de Dios, su perfecta voluntad para los que son suyos. A través de su
amanuense, el Espíritu Santo, quiere producir una escritura sublime, capaz de
asombrar a todos los que nos lean y nada puede compararse al privilegio de ser
depositario de semejante arte divino.
Hubo un tiempo en que me resistí a su trazo de
misericordia. Estando en oscuridad pensé que el escritor de corazones era mi
enemigo, hasta que divisé de cerca sus líneas perfectas y supliqué su redentora
escritura. Tantos años después sigo emocionado con su obra en mí, y hablo a
otros de sus formidables planes. Lucho con todo mi valor para mantenerme
disponible al Señor y no desperdiciar mi
existencia en disipaciones y futilidades. Sería muy triste terminar la vida
como una hoja en blanco, sin la aventura de la fe reflejada a todo lo largo en
rótulos celestiales. Por ninguna razón debemos postergar la entrega total de
nuestros corazones al gran Escritor divino.
Por: Osmany
Cruz Ferrer
Escrito
para Devocional Diario
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