Leer: Éxodo
4:1-12 | La Biblia en un año: 1 Corintios 9 | Con los nervios de punta,
esperaba que el teléfono sonara y empezara la entrevista radial. Pensaba en qué
me preguntarían y cómo respondería. Entonces, oré: «Señor, soy mucho mejor
escribiendo, pero supongo que, como sucedió con Moisés, debo confiar en que me
darás las palabras que debo decir».
Por
supuesto, no estoy comparándome con Moisés, el líder del pueblo de Dios que los
ayudó a huir de la esclavitud en Egipto para ir a vivir en la tierra prometida.
Moisés, un líder reticente, necesitó que el Señor le confirmara que los
israelitas lo escucharían. Por eso, Dios le dio señales —tales como convertir
su cayado en una serpiente (Éxodo 4:3)—, pero Moisés siguió vacilante,
argumentando que era lento para hablar (v. 10). Entonces, Dios le recordó que
Él era el Señor y que lo ayudaría; «estaría con su boca», como traducen este versículo
algunos eruditos de la Biblia.
Sabemos
que, desde la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, el Espíritu de Dios
vive en sus hijos y que, por más ineptos que nos sintamos, Él nos capacitará
para que llevemos a cabo lo que nos asigne. El Señor «estará con nuestra boca».
Señor, tú moras en mí. Que mis palabras
edifiquen espiritualmente a alguien hoy para tu gloria.
Como pueblo de Dios, somos su boca para
difundir la buena noticia, el
evangelio.
NUESTRO PAN
DIARIO
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