La boda se
realizó conforme a todos los reglamentos del caso. Primero se celebró la
ceremonia civil; después, una muy sentida y emotiva ceremonia religiosa. La
novia, con vaporoso vestido blanco; el novio, de riguroso jaquet; la música,
las flores, las velas, los anillos: todo estaba en perfecto orden.
Lo único
que diferenció este matrimonio de otros fue el altar ante el cual se juraron
los votos. Georgina y Bruce, una pareja de jóvenes de Virginia, Estados Unidos,
solicitaron casarse frente a la sepultura de los padres de ella. «Mis padres
estuvieron casados cincuenta y un años en la mayor fidelidad —explicó
Georgina—. Yo quiero casarme frente a sus sepulcros para decir con eso que yo
también creo en la perdurabilidad del matrimonio.»
A pesar de
lo extraño del sitio de la ceremonia, no podemos menos que admirar los ideales
de esa pareja. Ya sea que el matrimonio se celebre frente al sepulcro de padres
fieles, o en una iglesia, siguiendo la más estricta liturgia eclesiástica, lo
que aquí sobresale es ese propósito sano, puro y bíblico de establecer la unión
matrimonial hasta que la muerte los separe.
Dios ha
diseñado el matrimonio como una unión perdurable. La monogamia y la fidelidad
recíprocas son la única base de un hogar dichoso y duradero. La receta divina
es ésta: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer,
y los dos se funden en un solo ser» (Génesis 2:24). El apartarse de estos
principios santos es jugar con el acto humano más sagrado que existe. El
divorcio —juego descuidado, rebelde y desobediente— es lo que ha creado una
sociedad sin escrúpulos, sin moralidad, sin fe y sin Dios. ¿Cuál tiene que ser
el resultado? El caos, un caos horrible, el caos social que predomina en el
mundo actual.
No es
necesario que ocurra este desbarajuste. Siempre es posible tener un matrimonio
como lo predispuso Dios. Sólo hace falta seguir sus enseñanzas. En cualquier
lugar donde nos casemos, ya sea en una capilla, o en una playa, o en un
restaurante o en un bosque, podemos sentar las bases de una relación conyugal
pura y perdurable si ese matrimonio sigue los principios de la Santa Biblia y
las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo.
Invitemos a
Cristo a nuestra boda, y determinemos vivir con nuestro cónyuge el resto de
nuestra vida. Esa es la única manera que vale para entrar en una relación
matrimonial, que es la más importante de esta vida. Permitamos que Cristo sea
el Guía y el Señor de nuestro destino.
Fuente: Un
Mensaje a la Conciencia
Por el
Hermano Pablo
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