“Me
alegro de ser débil, de ser insultado y perseguido, y de tener necesidades y
dificultades por ser fiel a Cristo. Pues lo que me hace fuerte es reconocer que
soy débil” (2 Corintios 12:10, Biblia en Lenguaje Actual).
George Matheson, nació en Escocia, cuna de
grandes teólogos y de profundos predicadores. Su nombre es sinónimo de poesía y
canción. Compuso dos de los himnos más cantados por la cristiandad desde el
siglo XIX: “Amor que no me dejarás” y “Cautívame, Señor”. Fue pastor durante
años en Innellan y en St. Bernard, Edimburgo. Un exquisito predicador que con
su sermón: “La paciencia de Job”, dejó profundamente impresionada a la Reina,
quien cuando le escuchó en Crathiey pidió una copia de su sermón por escrito.
Este compositor inspirado y predicador
ardiente, no pudo disfrutar como quería de la campiña escocesa, ni de sus
exuberantes arcoíris, después de una lluvia primaveral. Tenía un distintivo que
lo limitaba y, la par, lo hacía ensanchar: Era ciego. Su ceguera progresiva
comenzó en su niñez y terminó por dejarlo completamente ciego cuando aún era
muy joven. Cuando su novia supo que su ceguera era incurable, lo abandonó. A
Matheson lo embargó una profunda tristeza, pero decidió seguir adelante.
Su hermana mayor le ayudó mucho en todo.
Tomaba sus dictados y le acompañó en el ministerio durante un tiempo, hasta que
ella misma se casó y construyó su propia familia. Matheson aprendió Braille y
continuó con su ministerio. Escribió cientos de artículos y varios libros. Su
espina podía quitarle los arcoíris, pero nunca le robaría su devoción por Dios.
En cierto momento en que estaba especialmente reflexivo, llegó a la conclusión
que aún su invidencia era parte del propósito de Dios. Él escribió: “Mi Dios,
yo nunca te he agradecido por mi espina. Te he agradecido por mis rosas, pero
ni una vez por mi espina. He estado esperando por un mundo donde conseguir una
compensación para mi cruz, pero nunca he pensado en la propia cruz como una
gloria presente. Enséñame la gloria de mi cruz. Enséñame el valor de mi
espina”.
George Matheson es recordado hoy por su
devota vida y su andar de fe. Un invidente que compuso himnos. Un predicador
que no veía a su congregación, pero que podía sentir el palpitar del corazón de
cada uno de los que la componían. Sufrió, pero hizo de sus limitaciones la
fuente de donde sacar sus poemas. La espina le dio otra perspectiva, el aguijón
hizo que la gracia de Dios actuara en forma asombrosa en él.
¿Por qué llorar por lo que no se puede
cambiar? ¿Por qué lamentarse por el aguijón punzante, si seguirá allí? Es hora
de dejar de tenernos lástima. Somos soldados y los soldados marchan con las
rodillas ensangrentadas, con la espalda mullida, con el rostro castigado por el
frío o por el sol. Las limitaciones que nos asustan, las escaseces que nos
estremecen, las enfermedades que nos aquejan, son solo un recordatorio de
nuestra debilidad. Una debilidad que paradójicamente viene a ser nuestra
fortaleza. Cuando estoy sin fuerzas mi poder no tiene límites, porque es el
mismo poder de Dios. Esa fue la manera en que Pablo llegó a ver sus
infortunios. Esa verdad lo liberó. Y aunque es cierto que su aguijón le privó
de más de un pintoresco arcoíris, el poder de Dios actuó en él de milagro en
milagro.
Los ojos pueden estar heridos, pero nuestro corazón
puede ver. Lo que nos falta, es compensado largamente por lo que Jesús nos da.
Sus dádivas sobrepasan mis escaseces, eclipsan los pesares, y anulan la más
honda ansiedad. Si el aguijón te ha herido, si la espina te está dañando, si ya
no puedes más, entonces estás a punto de ver la gracia de Dios. Y créeme, serás
tan sorprendido por ella, que será suficiente con Su amor. Su gracia te
bastará.
Autor: Osmany Cruz Ferrer.
Escrito para Devocional Diario
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