LEA: Juan
13:1-11 | Durante la época de Semana Santa, mi esposa y yo asistimos a una
reunión en una iglesia donde los participantes procuraban representar los
sucesos que Jesús y sus discípulos experimentaron la noche antes de que Él
fuera crucificado. Como parte de la reunión, los miembros del personal de la
iglesia les lavaron los pies a algunos de los colaboradores voluntarios de la
congregación.
Mientras
miraba, me preguntaba qué expresa más humildad en nuestra época: ¿lavar los
pies de otra persona o que alguien lave los nuestros? Tanto unos como otros,
los que estaban sirviendo y los servidos, mostraban distintos aspectos de la
humildad.
Cuando
Jesús y sus discípulos se reunieron para la última cena (Juan 13:1-20), el
Señor, en un servicio humilde, les lavó los pies a sus seguidores. Pero Simón
Pedro se resistió, diciendo: «No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió:
Si no te lavare, no tendrás parte conmigo» (13:8). Lavar los pies no era un
simple ritual. También puede verse como una ilustración de nuestra necesidad de
ser limpiados por Cristo; una limpieza que nunca se llevará a cabo si no
estamos dispuestos a ser humildes delante del Salvador.
Santiago
escribió: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Santiago
4:6). Recibimos la gracia de Dios cuando reconocemos su grandeza, ya que Él se
humilló a sí mismo en la cruz (Filipenses 2:5-11).
La posición
más poderosa en la Tierra es arrodillarse ante el Señor del universo.
Nuestro Pan
Diario
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