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Jeremías 18:1-6 | Hace poco, mi hija me mostró su colección de vidrios de mar.
Conocidos también como vidrios de playa, los diversos trozos de vidrios de
colores son, a veces, pedazos de artesanías, pero, muy a menudo, son partes de
botellas de vidrio rotas. En un principio, el vidrio tenía un propósito, pero
luego fue desechado por casualidad y se rompió.
Si el
vidrio descartado termina en un océano, ese es solo el comienzo de su viaje. A
medida que las corrientes y las mareas lo arrastran incansablemente, la arena y
las olas pulen sus bordes agudos y, con el tiempo, se vuelve suave y
redondeado. El resultado es una pieza hermosa. El vidrio de mar, parecido a una
joya, ha hallado una vida nueva y es atesorado por coleccionistas y artistas.
De manera
similar, una vida rota puede renovarse con el toque del amor y la gracia de
Dios. En el Antiguo Testamento, leemos que, cuando el profeta Jeremías observó
la obra de un alfarero, notó que si un objeto se rompía, el artesano
simplemente lo rehacía (Jeremías 18:1-6). Dios explicó que, en sus manos, el
antiguo pueblo de Israel era como el barro, el cual Él podía moldear como lo
considerara más apropiado.
Nunca
estamos tan rotos como para que Dios no pueda recomponernos. Él nos ama a pesar
de nuestras imperfecciones y errores del pasado, y desea hacernos hermosos.
Cuando la
prueba nos derrite, el Alfarero puede moldearnos por completo.
(Nuestro
Pan Diario)
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