Introducción | LEER Marcos
8:1-13 | Este milagro es muy parecido al descrito
en (Mr 6:32-45). Por esta razón, algunos críticos han
pretendido probar que se trata de un solo milagro, que se repite por descuido.
Pero el mismo Señor se refirió a ambos como dos ocasiones distintas:
(Mr
8:19-20) "Cuando partí los cinco panes entre
cinco mil, ¿cuántas cestas llenas de los pedazos recogisteis? Y ellos dijeron:
Doce. Y cuando los siete panes entre cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas de
los pedazos recogisteis? Y ellos dijeron: Siete."
Por
lo tanto, al comenzar este estudio debemos evitar tratar este incidente como
una insignificante repetición. Siempre que nos acerquemos al estudio de la
Biblia lo hemos de hacer con la convicción de que cada palabra ha sido
inspirada divinamente y tiene algo importante que enseñarnos.
Por
otro lado, un estudio atento de ambos incidentes nos mostrará numerosas
diferencias entre ellos:
·
El
primer milagro fue obrado inmediatamente después de la misión de los Doce,
mientras que éste tuvo lugar durante la gira del Señor con sus discípulos por
la región de Decápolis.
·
En
la primera ocasión la multitud había estado con Jesús un día, mientras que en
la segunda habían pasado tres días.
·
Las
personas que comieron también fueron diferentes; en uno cinco mil y en el otro
cuatro mil.
·
La
provisión que tenían a mano, en la primera ocasión consistía de cinco panes y
dos peces, mientras que aquí había siete panes y unos pocos pececillos.
·
La
cantidad que sobró también fue distinta: en uno recogieron doce cestas de
mimbre, y en el otro siete grandes espuertas de cuerda.
·
Después
del primer milagro, el Señor mandó a los discípulos que subieran en la barca y
emprendieran el viaje de regreso solos, mientras que aquí el Señor va con ellos
a Dalmanuta.
Pero
aunque las diferencias son numerosas, lo cierto es que ambos milagros
consistieron básicamente en lo mismo: multiplicar panes y peces para dar de
comer a una gran multitud. La pregunta que nos surge entonces es ¿por qué razón
el evangelista recoge dos milagros tan parecidos? Las
razones pueden ser varias. Veamos algunas de ellas:
·
Era
una nueva evidencia para aquellos críticos que se empeñaban en cerrar sus ojos
y no querían reconocer a Jesús como el Mesías de Dios.
·
Nos
muestra que la provisión de Cristo es inagotable y siempre es suficiente para
cubrir cualquier necesidad.
·
Notemos
también que la primera multiplicación tuvo lugar entre judíos, mientras que la
segunda fue en la región de Decápolis, donde la población era mayoritariamente
gentil. De este hecho podemos aprender que Cristo vino a satisfacer el
"hambre" tanto de los judíos como de los gentiles.
·
Y
dada la reiterada falta de comprensión y la poca fe de los discípulos, la
repetición del milagro era lógica.
"En aquellos días, como había una
gran multitud"
Aunque
esta expresión "en aquellos días" es un tanto imprecisa, sin embargo
sirve para situarnos en el mismo ambiente de los últimos incidentes que ha
narrado el evangelista, lo que nos coloca en territorio gentil dentro de la
región de Decápolis (Mr
7:31). Y nos da a entender,
que a pesar de los esfuerzos del Señor para que la gente no divulgara sus
milagros (Mr
7:36), su fama había
creciendo también en estas partes de mayoría gentil. Este hecho se ve
confirmado aun más porque como Jesús señaló, "algunos habían venido de
lejos" (Mr 8:3).
Tal
era la admiración que sentían por Jesús, que las multitudes le seguían sin
tomar en consideración que la comida se les había terminado y que se
encontraban en un lugar desierto. ¡Tan magnética era su presencia, tan
maravillosas sus palabras y obras, que los que le acompañaban sentían que era
casi imposible dejarle!
"Tengo compasión de la gente"
Jesús
se percató de la necesidad de la gente y llamó a sus discípulos. Con esto
quería enseñarles que el verdadero siervo de Dios debe ser capaz de ver las
necesidades de las personas y preocuparse por ellas con un corazón tierno.
Pero
al mismo tiempo, estaba dándoles a los discípulos una segunda oportunidad. No
olvidemos que la situación era similar a la que habían vivido poco tiempo
antes, pero allí no habían sido capaces de estar a la altura de lo que Jesús
esperaba de ellos. El Señor vuelve a repetir la lección para ellos. La verdad
es que esto es exactamente lo que el Señor hace muchas veces con nosotros
también; hay ciertas cuestiones básicas que debemos aprender antes de continuar
con otras nuevas, y el Señor mismo se encarga de volvernos a llevar a
situaciones similares donde tenemos que volver a enfrentar nuestros fracasos,
pero dándonos nuevas oportunidades.
Una
de estas cosas que los discípulos no lograron entender adecuadamente la primera
vez, era la responsabilidad que ellos mismos tenían frente a la multitud, y el
corazón compasivo que les hacía falta para atenderles.
"¿De dónde podrá alguien saciar de
pan a éstos aquí en el desierto?"
Nos
extraña oír a los discípulos preguntar esto cuando algún tiempo antes habían
sido testigos oculares del poder del Señor para satisfacer la necesidad de una
gran multitud en circunstancias casi idénticas. Era más que razonable que ellos
mismos se sintieran impotentes para alimentar a cuatro mil personas en un
desierto, pero por la fe deberían haber puesto su confianza en el poder
infinito de Jesús.
Algunas
veces estos discípulos nos parecen los más torpes e incrédulos de toda la
tierra, pero no es así, sino que desgraciadamente representan la tendencia de
los creyentes en todo tiempo de olvidarse de las grandes muestras del poder de
Dios a su favor, cuando nuevamente se les presentan problemas que, aparentemente,
no tienen solución.
"¿Cuántos panes tenéis?"
Sin
duda, la insinuación que Jesús les hizo para que ellos les dieran de comer, era
un gran desafío para su fe. Por un lado, les estaba diciendo que no debían
pasarle a otro la responsabilidad de ayudar. Y por otro, que no debían esperar
a tener todo lo necesario para comenzar a ayudar, sino que debían empezar por
entregar lo que tuvieran y verían lo que el Señor podía hacer con ello. En
muchas ocasiones nosotros también nos comportamos de la misma manera; esperamos
a que todas las circunstancias sean las ideales antes de pensar en ayudar.
Debemos
notar también que aunque el Señor podía dar de comer a las multitudes por sí
mismo, no obstante buscó la colaboración de los suyos. Aprendemos de esto que
cuando queramos que Dios actúe, no debemos esperar que él lo haga todo, porque
él quiere que nosotros participemos en la obra que él realiza, y tal vez
debamos ser los que demos el primer paso. Por supuesto, nosotros sólo podemos
"traer el pan", y tiene que ser él quien lo multiplique. Nosotros
podemos llenar las tinajas de agua, pero él es quien debe convertirlo en vino (Jn
2:7-9).
Algunos
preguntan: ¿qué puedo hacer yo si estoy en una iglesia apática donde nadie
tiene interés por la vida espiritual? La respuesta es: comienza por vivirla tú
mismo.
"Y comieron, y se saciaron"
En
las manos omnipotentes de Jesús, siete panes y unos pocos peces resultaron
suficientes para satisfacer a cuatro mil hombres. Y algo similar ocurrirá si
colocamos nuestras vidas en sus manos.
Pero
no debemos perder de vista un detalle importante de este nuevo milagro. Como ya
hemos dicho, Jesús estaba en territorio gentil, y acababa de saciar de pan a
una enorme multitud de ellos. Esto implicaba que las "migajas" que
caían de la mesa de los judíos para los gentiles (Mr
7:27-28), serían una porción
tan generosa como la que ellos disfrutaban.
"Vinieron entonces los fariseos y
comenzaron a discutir con él"
Después
del milagro, Jesús se fue con sus discípulos a la región de Dalmanuta. Se
desconoce la ubicación exacta de este lugar. Pero rápidamente hicieron su
aparición los fariseos, que una y otra vez buscaban a Jesús con la finalidad de
condenarlo ante el pueblo y de acabar con su creciente popularidad.
Marcos
nos dice que comenzaron a discutir con él y buscaban la forma de tentarle. No
deja de extrañarnos su actitud. ¿Qué había que discutir después de otra
manifestación tan clara del poder y la misericordia de Jesús? ¿No deberían más
bien haberse rendido a sus pies en adoración?
"Pidiéndole señal del cielo"
Estos
judíos rebeldes no estaban dispuestos a reconocer a Jesús, ni aun después de
que hubiera realizado una señal tan claramente mesiánica. Pero claro está,
tenían un grave problema, porque tampoco podían negar las grandes obras que él
hacía, así que, lo único que su impío corazón ideó fue exigirle una señal
"a medida". Tal vez alguna señal espectacular como las que hizo
Moisés ante Faraón, o como el gran trueno del cielo que vino como respuesta a la
oración de Samuel y que dio al pueblo de Israel la victoria sobre los
filisteos, o como el fuego que Dios envió del cielo y que consumió el
sacrificio del profeta Elías.
Para
ellos la alimentación de los cinco mil no era un milagro lo suficientemente grande
y claro. Tampoco lo eran todos los enfermos que había sanado, o los demonios
que expulsaba, o los muertos que resucitaba. En estas circunstancias, esta
perversa petición, manifestaba la ceguera voluntaria y obstinada de estos
líderes de Israel. Con ellos se cumplía perfectamente el dicho popular:
"no hay peor ciego que el que no quiere ver".
Su
problema, como el de muchos hoy en día, no era la falta de evidencia, sino la
falta de fe. Por muchas más señales que Jesús hiciera, estos hombres no iban a
creer, porque sencillamente, no querían creer. Eran como Faraón, que ante cada
nueva señal que Dios hacía por medio de Moisés, su corazón se endurecía cada
vez más.
Finalmente
el Señor dijo que eran unos hipócritas, porque sabían discernir el aspecto del
cielo, pero no las señales del tiempo. Eran una "generación mala y
adúltera" (Mt
16:3-4).
"Y gimiendo en su espíritu"
En
vista de la gravedad de esta situación, el espíritu humano del Señor se
conmovió en lo más hondo. Sin duda, se lamentaba de la ruina que estos hombres
estaban acarreando a sus propias almas. Porque aunque eran enemigos declarados
de Jesús, él no podía contemplar sin dolor cómo se endurecían en su
incredulidad.
Esta
también es una lección importante para todos nosotros, que pocas veces nos
dolemos por los pecados de otros y sus consecuencias. Veamos cómo expresaban
este dolor algunos de los creyentes en la Biblia:
·
El
resto fiel en los días de Ezequiel: (Ez 9:4) "…gimen y claman a causa de todas las
abominaciones que se hacen en medio de ella".
·
El
mismo Lot: "este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su
alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos".
·
Y
el apóstol Pablo llegó a decir: (Ro 9:2-3) "…que tengo gran tristeza y
continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de
Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la
carne".
"No se dará señal a esta generación"
Después
de haber gemido, Jesús declaró de forma muy solemne que no se les daría la
señal que ellos pedían. Hasta ese momento, ellos habían interpretado las
señales de Jesús como obra de Satanás (Mr
3:22), y no había ninguna
garantía de que hiciera lo que hiciera, ellos lo fueran a ver de otra manera.
Aunque
Marcos dice que no se les daría la señal que le pedían, en el pasaje paralelo
de Mateo, vemos que Jesús añadió: "pero señal no le será dada, sino la
señal del profeta Jonás" (Mt
16:4). Esta señal apuntaba,
tal como explicó el mismo Señor, a su muerte y resurrección (Mt
12:39-40).
Cuando
años más tarde el apóstol Pablo predicaba a los judíos, ellos seguían pidiendo
señales para creer , pero nuevamente, la única señal que él
presentaba era la cruz y resurrección de Cristo.
Pero
el tiempo de la gracia se terminará un día para los incrédulos, y entonces sí
que verán la señal del cielo que ellos pedían, pero ya será demasiado tarde.
Como Jesús le dijo al sumo sacerdote cuando era interrogado por él: "Te
conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de
Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis
al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las
nubes del cielo..." (Mt
26:63-64).
La
Biblia nos enseña que habrá una señal extraordinaria en los cielos: el regreso
de Jesús a la tierra, en gloria y majestad. Pero para los que no hayan creído
cuando esto acontezca, en ese momento se sellará su condenación eterna.
"Y dejándolos, se fue"
¡Qué
frase más solemne! Habían rechazado su última oportunidad de ser salvos y el
Señor les volvió la espalda para marcharse de en medio de ellos. Esta es una
verdad que hay que recordar: hay límites a las oportunidades que se presentan a
los hombres para aceptar la gracia divina. Dios dijo antes del diluvio:
"No contenderá mi Espíritu con el hombre para siempre" (Gn 6:3). El pueblo de Israel en su viaje por el
desierto pudo ver todas las obras de Dios, pero sin embargo, provocaron a Dios
y le tentaron (Sal
95:8-11). Esa fue la razón por
la que toda aquella generación incrédula quedó tendida en las arenas del
desierto.
Por
eso la Biblia nos exhorta continuamente: "Si oyereis hoy su voz, no
endurezcáis vuestros corazones" (He 4:7).
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