Filipenses
4.10-13 | Biblia en un año: Salmos 50-54 | Durante temporadas de frustración es
natural culpar a las circunstancias o a los demás. Cuando algo nos ha impedido
lograr nuestras metas, el descontento puede ser causado por factores externos,
aunque la causa real sea interna. A veces, hacemos cambios, como dejar un
empleo, poner fin a una amistad o dejar todo atrás, con el fin de ahorrarnos
sufrimientos. Sin embargo, de esa manera no podemos hallar paz verdadera.
Cuando nos sentimos frustrados, tenemos que identificar la causa. El
descontento tiene tres razones internas:
Una es la
incapacidad de aceptarnos tal como fuimos creados. La personalidad, los
atributos físicos y las capacidades que hemos recibido pueden no ser lo que
deseamos, pero son exactamente lo que necesitamos para cumplir con la voluntad de
Dios. Estar pensando siempre en lo que no tenemos o en lo que nos gustaría
cambiar, nos distrae del servicio al Señor.
La segunda
razón es la renuencia a enfrentar nuestro pasado. Puede que tengamos recuerdos
dolorosos o hayamos cometido errores que nos produjeron mucho sufrimiento. Pero
solo al reconocer su influencia y confrontar las consecuencias psicológicas o
emocionales, podremos seguir adelante en paz.
La última
fuente de frustración es no querer enfrentar conductas o actitudes que están
fuera de la voluntad de Dios. Aferrarse a un hábito pecaminoso nos conduce
muchas veces a la inútil práctica de tratar una y otra vez de justificarnos
ante el Señor y los demás.
La solución
humana a la frustración —el cambio de nuestras circunstancias externas— fracasará
siempre. La única manera de arrancar de raíz la frustración es confiar en Dios
para que Él nos dé el poder para lidiar con ella.
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