Leer: Ezequiel 36:24-32 | Cuando abrí el
lavavajillas, me pregunté qué habría salido mal. En lugar de estar limpios y
relucientes, los platos estaban cubiertos de un polvo calizo. Me pregunté si el
agua calcárea de nuestra zona estaría haciendo estragos, o si la máquina se
había dañado.
La limpieza de Dios, a diferencia de un
lavaplatos averiado, lava todas nuestras impurezas. En el libro de Ezequiel,
vemos que Dios llama a su pueblo a regresar a Él cuando Ezequiel comparte el
mensaje de amor y perdón del Señor. Los israelitas habían pecado y proclamado
su lealtad a otros dioses y otras naciones. Sin embargo, el Señor fue
misericordioso y los recibió con los brazos abiertos. Prometió limpiarlos «de
todas [sus] inmundicias; y de todos [sus] ídolos» (36:25). Al poner su Espíritu
en ellos (v. 27), los llevaría a una condición de fecundidad donde no pasarían
hambre (v. 30).
Al igual que en la época del profeta
Ezequiel, hoy el Señor nos recibe con los brazos abiertos si nos extraviamos.
Cuando sometemos nuestras vidas a su voluntad y sus caminos, Él nos transforma
y nos limpia de nuestros pecados. Como su Espíritu Santo habita en nosotros,
nos ayuda a seguirlo día a día.
Señor,
la sensación de que me limpies y me perdones no tiene igual. Gracias por
transformarme en una nueva persona.
El Señor
nos limpia.
NUESTRO PAN DIARIO
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