Leer: Salmo 32:1-11 | La Biblia en un año:
Salmos 113–115, 1 Corintios 6 | Cuando era adolescente, invité a una amiga a
mirar una tienda de souvenirs cerca de mi casa. Pero ella me horrorizó al
meterme un puñado de broches para el cabello en el bolsillo y sacarme del
negocio sin pagar. La culpa me carcomió durante una semana, hasta que acudí a
mi mamá y le confesé todo entre lágrimas.
Devolví los objetos robados, pedí disculpas
y prometí no volver a robar. El dueño me dijo que no volviera nunca. Pero, como
mi mamá me perdonó y me aseguró que había hecho todo lo que podía para arreglar
las cosas, dormí en paz esa noche.
El rey David también descansó perdonado
después de confesar (Salmo 32:1-2). Había escondido sus pecados (2 Samuel
11–12) hasta que «se envejecieron [sus] huesos» (Salmo 32:3-4). Pero, cuando
rehusó encubrir sus errores, el Señor borró su culpa (v. 5). Dios lo protegió
«de la angustia» y lo envolvió «con cánticos de liberación» (v. 7). David se
gozó porque «al que espera en el Señor, le rodea la misericordia» (v. 10).
No podemos elegir las consecuencias de
nuestros pecados ni controlar las respuestas de la gente cuando confesamos y
buscamos perdón. Pero el Señor nos da libertad de la esclavitud del pecado y
paz mediante la confesión, y confirma que nuestra culpa desaparece… para
siempre.
Señor,
gracias por perdonarnos y borrar nuestra culpa para siempre.
Cuando Dios
perdona, nuestra culpa desaparece.
NUESTRO PAN DIARIO
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