A doña
Lucrecia nadie le quitaba de la cabeza la convicción de que, bañándose los
viernes en la noche con una infusión de ruda y albahaca, le iría mejor en el
negocio y ganaría nuevos clientes. Tremendo error. Entró en crisis. No venía ni
un taco de frijoles en su puesto público del centro de ciudad de México. Le fue
de mal en peor.
Rosendo no
comprendía por qué lo echaron del trabajo, no le alcanzaba ni un peso y, a
pesar de enviar muchas hojas de vida, no lo llamaban de ninguna empresa para
aplicar a empleos vacantes. Él estaba seguro que se debía a todo, menos a que
contaminaba su hogar con el adulterio.
Ana Louisa
recordó que su matrimonio fue cada vez más el fondo de la espiral, desde que
consultó a una bruja para saber si su marido la engañaba con otra mujer. “No
tenía pruebas y creí que a través de la adivinación podría comprobarlo”, relató
bajo el poder del desespero por no encontrar salida a su ruina personal y
espiritual. Desconocía hasta entonces, que el pecado atrae maldiciones.
El hombre desafía a Dios y atrae las maldiciones
Las
tragedias abundan por doquiera. Si quiere corroborarlo, compruebe cuántos
terremotos ha habido en los últimos doce meses y el saldo de vidas humanas
perdidas que arroja hasta el momento. El caso más reciente lo representan las
inundaciones que azotaron Colombia, Brasil y Australia, provocando la muerte de
al menos tres mil personas y más de tres millones de damnificados. ¿Le
sorprende? Recuperar los terrenos y tornarlos habitables de nuevo, tomará
varios años.
Al relatar
el panorama con el que se encontró en Brisbane, Australia, como consecuencia de
la ola invernal, la primera ministra, Anna Bligh sólo atinó a decir ante las
cámaras de CNN: “Todo lo que podía ver eran techos. Debajo de cada uno de ellos
hay una familia y con ellas, un drama y una historia de horror.”
¿Algo
apocalíptico? Sin duda que sí, pero consecuencia del pecado humano, que desafía
a Dios. Para ilustrarlo y a riesgo de que me califique como fanático, traigo a
colación los experimentos realizados por un grupo de científicos británicos
quienes están modificando genes en pollos domesticados. Aseguran que la meta a
largo plazo es evitar que propaguen enfermedades. En mi criterio como teólogo,
es estropear la obra de Dios.
Jhon Lyall
y sus colegas del Departamento de Medicina Veterinaria de la Universidad de
Cambridge— Reino Unido —, llevaron a cambio un experimento de prueba generando
aves modificadas genéticamente, todavía no asequibles en el mercado.
Ahora, en
una desenfrenada carrera por ganarles en experimentos a otros países, el
gobierno de China reportó la generación de 27 ratones vivos a partir de
manipulaciones acélulas madre. La “proeza” se atribuye a los científicos Qi
Zhou y Fanyi Zeng, de la Academia de Ciencias de Pekín. Trabajaron con la piel
de roedores, modificando el ADN para articular nuevas condiciones de vida para
estos animalitos.
¿Pecado la
ciencia? No, no creo que experimentar de cara a nuevos avances de la ciencia
sea pecado, pero sí, manipular la vida. ¿Queremos entonces que no vengan las
consecuencias sobre el género humano? Es evidente que las consecuencias del
pecado se revierten en maldiciones y hoy por hoy, experimentamos las
consecuencias.
El pecado desata maldiciones
El pecado
trae maldición al género humano y a la tierra. Las crisis que experimentan
muchas naciones, incidiendo en la vida de millares de personas que sufren las
secuelas.
—¿Acaso
Dios no se da cuenta del dolor que sufrimos?— se lamentó una mujer damnificada
por las inundaciones y deslizamientos de tierra en la región serrana de Río de
Janeiro, en Brasil —. ¿Dónde está el amoroso Padre del que nos hablan cada
domingo en las iglesias —, sollozaba en medio de la desolación de una casa en
ruinas.
Sin duda
usted y yo nos hemos formulado los mismos interrogantes al apreciar el panorama
desalentador que nos rodea: hambre, miseria, violencia, crímenes, abuso de
menores, abandono de mujeres con hijos, terremotos y tragedias que rayan en la
frontera de lo increíble.
Pero, ¿es
Dios el culpable de tanto dolor que prevalece en el mundo hoy día? En absoluto.
La Biblia nos enseña que la culpa es de las propias personas que acarrean
maldiciones sobre sí mismas y sobre la tierra a causa de las trasgresiones a
los mandatos de Dios en las que están inmersas.
El apóstol
Pablo escribió a los creyentes de Roma en el primer siglo: “Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra
toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la
verdad.” (Romanos 1.18, Nueva Versión Internacional)
Cada vez
que vamos en contravía de lo dispuesto por el Señor, sembramos semillas de
destrucción en nuestras vidas, las de quienes nos rodean y el suelo que
pisamos. Esta realidad que no podemos ocultar ni ignorar, llevó al propio
apóstol a exhortar a los creyentes de Colosas y también a nosotros hoy: “Por tanto, hagan morir todo lo que es
propio de la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones,
malos deseos y avaricia, la cual es idolatría. Por estas cosas viene el castigo
de Dios.” (Colosenses 3:5, 6. Nueva Versión Internacional)
Hay juicio.
La Biblia es clara al advertirlo. Hasta tanto renunciemos al pecado, las
consecuencias son inevitables y nuestro Adversario Satanás, que no desaprovecha
oportunidad, aviva el fuego para que se interrumpan las bendiciones. Él quiere
vernos esclavizados porque esa es su naturaleza: la maldad (Cf. Juan 10:10)
Maldiciones que permanecen en el tiempo
La caída
del género humano partió de la tentación desplegada por la serpiente antigua:
Satanás. Como consecuencia de lo que hizo, Dios le maldijo (Cf. Génesis 3.14)
A
continuación el Padre celestial explicó a nuestro padre Adán las consecuencias
que había desencadenado su insensatez y desobediencia: “Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y comiste del árbol que te
prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos
comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y
espinos, y comerás hierbas silvestres.” (Génesis 3.17, 18. Nueva Versión
Internacional)
¿Acaso
concluyeron las maldiciones al morir Adán? Por supuesto que no, por el
contrario, permanecen en el tiempo a causa del pecado, como advirtió el
profeta: “…Por eso, porque pecamos
contra ti, nos han sobrevenido las maldiciones que nos anunciaste, las cuales
están escritas en la Ley de tu siervo Moisés.” (Daniel 9:11).
Las
maldiciones producto del pecado son consistentes con el paso de los años y de
los siglos, a menos que aquél que peca se arrepienta y volverse de su maldad,
caminando de la mano del Señor Jesús. Es real y lo es desde el comienzo de la
humanidad (Cf. Génesis 4:10, 11; Romanos 8:18-22)
Quizá usted
se pregunta por qué enfrenta una concatenación de momentos difíciles, crisis y
adversidad. Pareciera que nada sale bien. “Una racha de mala suerte.”, diría
alguien para tratar de explicar lo que está ocurriendo con su existencia y el
enorme conflicto por el que atraviesa.
¿Ha pensado
que su situación obedece al pecado en el que se encuentra inmerso o que tal vez
oculta? Probablemente nadie lo conoce, pero nuestro Padre celestial sí.
Evalúe su crisis actual
Un dicho
popular en Latinoamérica señala que “Cosechamos lo que sembramos”. Real. El
pecado ha sumido a infinidad de hombres, mujeres, jóvenes y hasta adolescentes
en una profunda crisis; lo grave es que los seres humanos están llegando a
límites insospechados de insensibilidad, en esa frontera peligrosa de la
cauterización de la conciencia que nos lleva a pensar que el pecado no es
pecado.
El profeta
Oseas denunció hace más de dos mil años: “Cunden,
más bien, el perjurio y la mentira. Abundan el robo, el adulterio y el
asesinato. ¡Un homicidio sigue a otro! Por tanto, se resecará la tierra, y
desfallecerán todos sus habitantes. ¡Morirán las bestias del campo, las aves
del cielo y los peces del mar!” (Oseas 3:2, 3. Nueva Versión Internacional)
Por su
parte Jeremías describe vívidamente la gravedad de las maldiciones que
desencadena el pecado: “…Has contaminado
la tierra con tus infames prostituciones. Por eso se demoraron las lluvias, y
no llegaron los aguaceros de primavera…” (Jeremías 3:2, 3. Nueva Versión
Internacional. Cf. Esdras 4.5)
Le sugiero
especial cuidado con estos pasajes bíblicos; iría más allá al recomendarle que
los lea de nuevo, con mucho detenimiento. Descubrirá que el pecado, tal vez el
mismo que usted anida en el corazón y que pocas o ninguna persona conocen,
detiene las bendiciones que Dios nos tiene preparadas y abre las puertas a las
maldiciones.
Renuncie
a las maldiciones
¡Dios lo
está llamando a renunciar al pecado y a sobreponerse a una vida signada por las
maldiciones! El autor sagrado advirtió, hablando en Nombre del Señor:“Por eso, ¡escuchen, naciones!...Escucha
tierra: Traigo sobre esta tierra una desgracia, fruto de sus maquinaciones,
porque no prestaron atención a mis palabras, sino que rechazaron mi enseñanza.”
(Jeremías 6:18, 19. Nueva
Versión Internacional)
No es
nuevo. Desde hace siglos el amado padre celestial está abriendo las puertas
para que usted comience una nueva vida. Es necesario renunciar al pecado y
acogerse al perdón que nos aseguró el Señor Jesús con su sacrificio en la cruz.
El Proceso
de ser libres comienza con arrepentirnos y volver nuestra mirada a Dios:“Cuando yo cierre los cielos para que no
llueva, o le ordene a la langosta que devore la tierra, o envíe pestes sobre mi
pueblo, si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y
abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado
y restauraré su tierra.” (2
Crónicas 7:13, 14. Nueva Versión Internacional)
Es hora de
renunciar al pecado. La maldad no puede seguir acunándose en nuestro corazón,
como escribió el apóstol Juan: “El que practica el pecado es del biablo, porque
el diablo ha estado pecado desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado
precisamente para destruir las obras del diablo.” (1 Juan 3:8. Nueva Versión
Internacional)
Puedo
asegurarle que el curso de su historia puede cambiar. Hoy, ahora, Basta que
reconozca el pecado factor desencadenante de los malos momentos que atraviesa,
la enfermedad y la ruina.
Es
necesario arrepentirnos y volvernos a Dios. Es el paso esencial para romper el
mundo de las maldiciones que impiden las preciosas bendiciones que Dios tiene
para nosotros, nuestra familia y nuestra tierra.
Reciba hoy a Jesucristo
Probablemente
y tras el análisis bíblico a las maldiciones que ha provocado en su vida, en su
familia y en su tierra el pecado, decidió renunciar a toda maldad.
¡Felicitaciones! El paso a seguir ahora, es recibir a Jesucristo como su Señor
y Salvador.
Es algo muy
sencillo. En oración. Allí donde se encuentra, dígale:
“Señor Jesús, reconozco que he pecado. En tu
Nombre renuncio a toda puerta abierta al ocultismo. Renuncio a Satanás y sus
obras. Gracias por morir en la cruz para limpiarme de todo mí pasado de maldad,
rompiendo ataduras del ocultismo sobre mi vida, y abrirme las puertas a una nueva
existencia. Te recibo en mi corazón como único y suficiente Salvador de mi
vida. Haz de mí la persona que tú quieres que yo sea. Amén”
¡Lo
felicito nuevamente! Ha dado un paso que tiene trascendencia para el presente y
el mañana: pasará la eternidad con Jesucristo.
Ahora tengo
tres recomendaciones para usted: la primera, que lea la Biblia diariamente. Es
un libro maravilloso en el que aprenderá principios que le llevarán al éxito y
al crecimiento, tanto personal como espiritual. La segunda, que ore. Recuerde
que orar es hablar con Dios, y por último, comience a congregarse en una
iglesia cristiana. Puedo asegurarle que, en adelante, su vida será
diferente.
Escrito por
Fernando Alexis Jiménez
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