martes, 15 de marzo de 2016

Rompa las maldiciones y sus consecuencias sobre su vida


A doña Lucrecia nadie le quitaba de la cabeza la convicción de que, bañándose los viernes en la noche con una infusión de ruda y albahaca, le iría mejor en el negocio y ganaría nuevos clientes. Tremendo error. Entró en crisis. No venía ni un taco de frijoles en su puesto público del centro de ciudad de México. Le fue de mal en peor.



Rosendo no comprendía por qué lo echaron del trabajo, no le alcanzaba ni un peso y, a pesar de enviar muchas hojas de vida, no lo llamaban de ninguna empresa para aplicar a empleos vacantes. Él estaba seguro que se debía a todo, menos a que contaminaba su hogar con el adulterio.

Ana Louisa recordó que su matrimonio fue cada vez más el fondo de la espiral, desde que consultó a una bruja para saber si su marido la engañaba con otra mujer. “No tenía pruebas y creí que a través de la adivinación podría comprobarlo”, relató bajo el poder del desespero por no encontrar salida a su ruina personal y espiritual. Desconocía hasta entonces, que el pecado atrae maldiciones.

El hombre desafía a Dios y atrae las maldiciones

Las tragedias abundan por doquiera. Si quiere corroborarlo, compruebe cuántos terremotos ha habido en los últimos doce meses y el saldo de vidas humanas perdidas que arroja hasta el momento. El caso más reciente lo representan las inundaciones que azotaron Colombia, Brasil y Australia, provocando la muerte de al menos tres mil personas y más de tres millones de damnificados. ¿Le sorprende? Recuperar los terrenos y tornarlos habitables de nuevo, tomará varios años.

Al relatar el panorama con el que se encontró en Brisbane, Australia, como consecuencia de la ola invernal, la primera ministra, Anna Bligh sólo atinó a decir ante las cámaras de CNN: “Todo lo que podía ver eran techos. Debajo de cada uno de ellos hay una familia y con ellas, un drama y una historia de horror.”

¿Algo apocalíptico? Sin duda que sí, pero consecuencia del pecado humano, que desafía a Dios. Para ilustrarlo y a riesgo de que me califique como fanático, traigo a colación los experimentos realizados por un grupo de científicos británicos quienes están modificando genes en pollos domesticados. Aseguran que la meta a largo plazo es evitar que propaguen enfermedades. En mi criterio como teólogo, es estropear la obra de Dios.

Jhon Lyall y sus colegas del Departamento de Medicina Veterinaria de la Universidad de Cambridge— Reino Unido —, llevaron a cambio un experimento de prueba generando aves modificadas genéticamente, todavía no asequibles en el mercado.

Ahora, en una desenfrenada carrera por ganarles en experimentos a otros países, el gobierno de China reportó la generación de 27 ratones vivos a partir de manipulaciones acélulas madre. La “proeza” se atribuye a los científicos Qi Zhou y Fanyi Zeng, de la Academia de Ciencias de Pekín. Trabajaron con la piel de roedores, modificando el ADN para articular nuevas condiciones de vida para estos animalitos.

¿Pecado la ciencia? No, no creo que experimentar de cara a nuevos avances de la ciencia sea pecado, pero sí, manipular la vida. ¿Queremos entonces que no vengan las consecuencias sobre el género humano? Es evidente que las consecuencias del pecado se revierten en maldiciones y hoy por hoy, experimentamos las consecuencias.

El pecado desata maldiciones

El pecado trae maldición al género humano y a la tierra. Las crisis que experimentan muchas naciones, incidiendo en la vida de millares de personas que sufren las secuelas.

—¿Acaso Dios no se da cuenta del dolor que sufrimos?— se lamentó una mujer damnificada por las inundaciones y deslizamientos de tierra en la región serrana de Río de Janeiro, en Brasil —. ¿Dónde está el amoroso Padre del que nos hablan cada domingo en las iglesias —, sollozaba en medio de la desolación de una casa en ruinas.

Sin duda usted y yo nos hemos formulado los mismos interrogantes al apreciar el panorama desalentador que nos rodea: hambre, miseria, violencia, crímenes, abuso de menores, abandono de mujeres con hijos, terremotos y tragedias que rayan en la frontera de lo increíble.

Pero, ¿es Dios el culpable de tanto dolor que prevalece en el mundo hoy día? En absoluto. La Biblia nos enseña que la culpa es de las propias personas que acarrean maldiciones sobre sí mismas y sobre la tierra a causa de las trasgresiones a los mandatos de Dios en las que están inmersas.

El apóstol Pablo escribió a los creyentes de Roma en el primer siglo: “Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad.” (Romanos 1.18, Nueva Versión Internacional)

Cada vez que vamos en contravía de lo dispuesto por el Señor, sembramos semillas de destrucción en nuestras vidas, las de quienes nos rodean y el suelo que pisamos. Esta realidad que no podemos ocultar ni ignorar, llevó al propio apóstol a exhortar a los creyentes de Colosas y también a nosotros hoy: “Por tanto, hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos y avaricia, la cual es idolatría. Por estas cosas viene el castigo de Dios.” (Colosenses 3:5, 6. Nueva Versión Internacional)

Hay juicio. La Biblia es clara al advertirlo. Hasta tanto renunciemos al pecado, las consecuencias son inevitables y nuestro Adversario Satanás, que no desaprovecha oportunidad, aviva el fuego para que se interrumpan las bendiciones. Él quiere vernos esclavizados porque esa es su naturaleza: la maldad (Cf. Juan 10:10)

Maldiciones que permanecen en el tiempo

La caída del género humano partió de la tentación desplegada por la serpiente antigua: Satanás. Como consecuencia de lo que hizo, Dios le maldijo (Cf. Génesis 3.14)

A continuación el Padre celestial explicó a nuestro padre Adán las consecuencias que había desencadenado su insensatez y desobediencia: “Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y comiste del árbol que te prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinos, y comerás hierbas silvestres.” (Génesis 3.17, 18. Nueva Versión Internacional)

¿Acaso concluyeron las maldiciones al morir Adán? Por supuesto que no, por el contrario, permanecen en el tiempo a causa del pecado, como advirtió el profeta: “…Por eso, porque pecamos contra ti, nos han sobrevenido las maldiciones que nos anunciaste, las cuales están escritas en la Ley de tu siervo Moisés.” (Daniel 9:11).

Las maldiciones producto del pecado son consistentes con el paso de los años y de los siglos, a menos que aquél que peca se arrepienta y volverse de su maldad, caminando de la mano del Señor Jesús. Es real y lo es desde el comienzo de la humanidad (Cf. Génesis 4:10, 11; Romanos 8:18-22)

Quizá usted se pregunta por qué enfrenta una concatenación de momentos difíciles, crisis y adversidad. Pareciera que nada sale bien. “Una racha de mala suerte.”, diría alguien para tratar de explicar lo que está ocurriendo con su existencia y el enorme conflicto por el que atraviesa.

¿Ha pensado que su situación obedece al pecado en el que se encuentra inmerso o que tal vez oculta? Probablemente nadie lo conoce, pero nuestro Padre celestial sí.

Evalúe su crisis actual

Un dicho popular en Latinoamérica señala que “Cosechamos lo que sembramos”. Real. El pecado ha sumido a infinidad de hombres, mujeres, jóvenes y hasta adolescentes en una profunda crisis; lo grave es que los seres humanos están llegando a límites insospechados de insensibilidad, en esa frontera peligrosa de la cauterización de la conciencia que nos lleva a pensar que el pecado no es pecado.

El profeta Oseas denunció hace más de dos mil años: “Cunden, más bien, el perjurio y la mentira. Abundan el robo, el adulterio y el asesinato. ¡Un homicidio sigue a otro! Por tanto, se resecará la tierra, y desfallecerán todos sus habitantes. ¡Morirán las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del mar!” (Oseas 3:2, 3. Nueva Versión Internacional)

Por su parte Jeremías describe vívidamente la gravedad de las maldiciones que desencadena el pecado: “…Has contaminado la tierra con tus infames prostituciones. Por eso se demoraron las lluvias, y no llegaron los aguaceros de primavera…” (Jeremías 3:2, 3. Nueva Versión Internacional. Cf. Esdras 4.5)

Le sugiero especial cuidado con estos pasajes bíblicos; iría más allá al recomendarle que los lea de nuevo, con mucho detenimiento. Descubrirá que el pecado, tal vez el mismo que usted anida en el corazón y que pocas o ninguna persona conocen, detiene las bendiciones que Dios nos tiene preparadas y abre las puertas a las maldiciones.

Renuncie a las maldiciones

¡Dios lo está llamando a renunciar al pecado y a sobreponerse a una vida signada por las maldiciones! El autor sagrado advirtió, hablando en Nombre del Señor:“Por eso, ¡escuchen, naciones!...Escucha tierra: Traigo sobre esta tierra una desgracia, fruto de sus maquinaciones, porque no prestaron atención a mis palabras, sino que rechazaron mi enseñanza.” (Jeremías 6:18, 19. Nueva Versión Internacional)

No es nuevo. Desde hace siglos el amado padre celestial está abriendo las puertas para que usted comience una nueva vida. Es necesario renunciar al pecado y acogerse al perdón que nos aseguró el Señor Jesús con su sacrificio en la cruz.

El Proceso de ser libres comienza con arrepentirnos y volver nuestra mirada a Dios:“Cuando yo cierre los cielos para que no llueva, o le ordene a la langosta que devore la tierra, o envíe pestes sobre mi pueblo, si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra.” (2 Crónicas 7:13, 14. Nueva Versión Internacional)

Es hora de renunciar al pecado. La maldad no puede seguir acunándose en nuestro corazón, como escribió el apóstol Juan: “El que practica el pecado es del biablo, porque el diablo ha estado pecado desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo.” (1 Juan 3:8. Nueva Versión Internacional)

Puedo asegurarle que el curso de su historia puede cambiar. Hoy, ahora, Basta que reconozca el pecado factor desencadenante de los malos momentos que atraviesa, la enfermedad y la ruina.

Es necesario arrepentirnos y volvernos a Dios. Es el paso esencial para romper el mundo de las maldiciones que impiden las preciosas bendiciones que Dios tiene para nosotros, nuestra familia y nuestra tierra.

Reciba hoy a Jesucristo

Probablemente y tras el análisis bíblico a las maldiciones que ha provocado en su vida, en su familia y en su tierra el pecado, decidió renunciar a toda maldad. ¡Felicitaciones! El paso a seguir ahora, es recibir a Jesucristo como su Señor y Salvador.

Es algo muy sencillo. En oración. Allí donde se encuentra, dígale:

“Señor Jesús, reconozco que he pecado. En tu Nombre renuncio a toda puerta abierta al ocultismo. Renuncio a Satanás y sus obras. Gracias por morir en la cruz para limpiarme de todo mí pasado de maldad, rompiendo ataduras del ocultismo sobre mi vida, y abrirme las puertas a una nueva existencia. Te recibo en mi corazón como único y suficiente Salvador de mi vida. Haz de mí la persona que tú quieres que yo sea. Amén”

¡Lo felicito nuevamente! Ha dado un paso que tiene trascendencia para el presente y el mañana: pasará la eternidad con Jesucristo.


Ahora tengo tres recomendaciones para usted: la primera, que lea la Biblia diariamente. Es un libro maravilloso en el que aprenderá principios que le llevarán al éxito y al crecimiento, tanto personal como espiritual. La segunda, que ore. Recuerde que orar es hablar con Dios, y por último, comience a congregarse en una iglesia cristiana. Puedo asegurarle que, en adelante, su vida será diferente.


Escrito por Fernando Alexis Jiménez 

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