Mateo
4.18-22 | Biblia en un año: Números 26-27 | He escuchado todas las excusas que
usted puede imaginar para evitar el servicio misionero. “No he estudiado en el
seminario”. “No sé predicar”. “Mi familia no me apoyará”. “Soy muy viejo”. La
lista es interminable. Déjeme decirle que hay miles de misioneros activos que
también pensaron que Dios no podría usarlos. Muchas veces he tenido el
privilegio de escuchar sus historias de cómo el Señor convirtió su resistencia
en entusiasmo.
Podemos
tener un montón de excusas de por qué Dios no debe llamarnos a llevar el
evangelio. Pero su llamado no es para que lo discutamos; Él espera una
respuesta de obediencia y entrega.
Nuestra
única responsabilidad es aceptar el llamado de Dios. La responsabilidad del
Señor es equiparnos para la obra que nos ha asignado. A la vida de cada
cristiano le ha sido trazado un plan personal, y Dios provee la personalidad y
el temperamento adecuados. Luego añade las aptitudes que pueden ser
desarrolladas y los dones espirituales necesarios para realizar la misión dada
por Él.
Dios hace
su llamado con sabiduría y discernimiento. Él sabe por qué le creó y lo que
usted puede hacer por medio de Él (Ef 2.10). Rechazar la invitación de Dios es
una insensatez, pues servir al Señor trae bendición y gozo.
El trabajo
misionero puede hacerse cerca o lejos. Usted puede servir: desde su casa,
escribiendo a los encarcelados; en la calle, sirviendo comida en un albergue;
al otro lado del país, dando ayuda en caso de inundaciones; o en un país
extranjero traduciendo el evangelio. En resumen, un llamado misionero es
cualquier cosa que Dios le diga que haga.
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