Si pones
atención, no te será difícil notar cómo actualmente el cuerpo —sobre todo el
femenino— es presentado como la más eficaz herramienta mercadotécnica.
Cuerpos-mercancía acompañan todo tipo de anuncios publicitarios, tanto en
medios impresos como audiovisuales. En especial se presenta el cuerpo femenino
en una suerte de metáfora visual: la sensualidad femenina es igual a éxito y
éste es sinónimo de poder. Pero, paradójicamente, las más de las veces ese
poder no es para la mujer de escultural silueta, sino para aquel que la posee:
un hombre.
Este
fenómeno mercantil fortalece y reproduce un estereotipo muy arraigado, que
presenta el cuerpo de las mujeres como un objeto de uso y disfrute: entre más
bello, sensual y sofisticado sea ese cuerpo, más exitoso, viril y poderoso
puede considerarse su "dueño". Pero, al mismo tiempo, se manda un
mensaje siniestro y poderoso a las mujeres: tú eres tu cuerpo, y éste vale en
tanto sea mercancía deseable. Recibido el mensaje, las mujeres nos esforzamos
por apegarnos lo más posible a los parámetros de belleza y sensualidad que
dicta el mercado, muchas veces a costa de la salud, la estabilidad emocional y
sacrificando a la mujer que somos y nos gusta ser.
La hipersexualización de las niñas
Esta trampa
fatal está cada vez más dirigida a las niñas y las adolescentes. Analiza, por
ejemplo, las muñecas de tu hija, las protagonistas de las películas que suele
ver, la letra de las canciones que canta y escucha. Princesas impecables de
cuerpos sinuosos que esperan al príncipe que las salve; muñecas de silueta
humanamente imposible pero socialmente deseable, atuendo sexy, incluida
lencería, por supuesto. Mujeres objeto. Ahora piensa, ¿qué mensaje transmite
todo esto a las niñas, que rápidamente aprenden a admirarlas e imitarlas?
Hipersexualización
de la infancia es el término que se usa para referirse al fenómeno —sobre todo
comercial y mediático— a través del cual se promueven modelos, prácticas y
estilos de comportamiento en la infancia que son más bien propios de la
sexualidad adulta. Aunque también afecta a los niños, las niñas son la presa
más visible, la más rentable. Así, se exalta y promueve su muy temprana
inserción al mundo de los estereotipos y prácticas sexistas, que constituyen
una verdadera violencia de género. El cuerpo de mujeres —niñas y adultas por
igual— es valorado socialmente en tanto se considera bello, y esta belleza es
determinada en función del deseo sexual que puede despertar en otros, que lo
miran.
La hipersexualización, una tendencia creciente
Este
fenómeno es también un negocio muy rentable. La industria cosmética se extiende
así hasta las niñas pequeñas, tanto como la industria de la moda. Mujeres de
todas las edades se convierten en grandes consumidoras —de por vida— de productos
de belleza y servicios diversos de cuidado de la imagen corporal.
Esto,
además, conlleva efectos psicológicos fuertes, que se articulan con el fenómeno
creciente de niñas con trastornos alimenticios —como la anorexia y la bulimia—,
depresión asociada a una frustración e insatisfacción con la propia imagen
corporal y no pocos casos de acoso escolar dirigido a niñas que no cumplen con
los patrones de belleza valorados socialmente.
¿Cómo frenar este problema y
proteger a tu hija?
1. Analiza los modelos que transmites
Revisa con
cuidado los juguetes, películas, ropa y accesorios que tiene tu hija. Piensa en
el mensaje que transmiten sobre lo que significa ser mujer, de lo que se espera
y desea de ella. Habla con tu hija al respecto, analicen juntas esos mensajes y
lo que significan. Si encuentran que éstos favorecen la idea de que una mujer
vale por su aspecto físico, por el deseo sexual que puede despertar en otros o
por su capacidad para satisfacer las necesidades y deseos de los demás, no
duden en desecharlos. Pueden también modificar creativamente juguetes y
muñecas, promoviendo visiones diferentes de lo que significa ser mujer.
2. Rompe estereotipos de género
Cuando reproducimos
estereotipos de género, tomamos por verdades lugares comunes que determinan que
las relaciones injustas entre hombres y mujeres son necesarias, naturales e
imposibles de cambiar. Estos estereotipos, por ejemplo, refuerzan la idea de
que el cuerpo de las mujeres debe agradar a los hombres, quienes son los
mejores y más autorizados jueces sobre el valor de un cuerpo femenino, a partir
de las virtudes y belleza que ven en éste.
Si como
familia procuran hacer evidente el absurdo de estos estereotipos, ayudarás a tu
hija —entre otras cosas— a comprender que su cuerpo y su sexualidad es solo una
parte de ella que no la determina, sino puede ser motivo de gran gozo personal,
sin importar lo que la sociedad opine de éste.
3. Protege a tu hija con educación sexual seria
y de calidad
El fenómeno
de la hipersexualización expone a las niñas a enfrentarse a grandes peligros.
Obligadas a verse tempranamente como mujeres sexualmente maduras —y a desear
sentirse así—, son blanco fácil para acosadores, pedófilos y abusadores
sexuales, quienes tienen acceso a ellas ya sea físicamente, o vía Internet.
Este riesgo aumenta cuando, sumado a la hipersexualización, tenemos una
deficiente o nula educación sexual, impidiendo así que las niñas conozcan su
cuerpo, lo cuiden y hablen sin temor de lo que sienten y les pasa.
No temas
hablar de sexualidad con tu hija. Por supuesto, según su edad y lo que ella
precisa saber. Busca orientación especializada si crees que la necesitas.
Cuídate de no enviar el mensaje erróneo de que la sexualidad y el cuerpo son
malos, motivo de vergüenza o fuente de pecado y culpa. Debes tener claro que el
problema no es la sexualidad, ni tu hija, sino la exagerada sexualización de la
vida (particularmente la de las niñas), como si los atributos sexuales fuera lo
que define y hace valiosa a una mujer de cualquier edad. Nunca promuevas que tu
hija sienta culpa o vergüenza asociada a su cuerpo. Cuando esto ocurre,
difícilmente te dirá —por mucha confianza que te tenga— si sufre algún tipo de
violencia o abuso.
Finalmente,
hay que reconocer que este patrón de hipersexualización no se da solo en las
niñas: somos sociedades donde cada vez más la sexualización de las relaciones
sociales es presentada como un objeto de consumo, símbolo de éxito, poder y
felicidad. De ahí que nuestras niñas consideren deseable emular esos patrones
sociales que son tan valorados en el mundo adulto. Como dijera el reconocido
psicólogo Carl G. Jung, "Antes de querer cambiar al niño, tendríamos que querer
cambiar nosotros"; de ahí que, si deseamos acabar con este problema que
amenaza a los niños, debemos empezar por ser, nosotros, hombres y mujeres
diferentes.
FAMILIAS.COM
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